Homilía del 30 de Julio 2022
Primera Profesión
Nos reunimos alrededor de la mesa de la Eucaristía para dar gracias al Señor por el don de la vocación dominicana, la misma que han recibido nuestros hermanos que hoy harán su profesión simple. Damos gracias al Señor por sus padres y su familia, sus “primeros formadores” y su “primera comunidad formativa”, pues la Iglesia llama a la familia “escuela de vida y de amor”. Damos gracias al Señor por su maestro de novicios y agradecemos a la comunidad formativa de Agua Viva su acompañamiento fraterno.
Las palabras son poderosas. Una palabra generosa de afirmación puede animarnos a hacerlo mejor; en cambio, una crítica dura puede hacernos perder la confianza. Las palabras son poderosas cuando son eficaces, cuando lo que dicen sucede. Desde hace muchos días, nuestros hermanos capitulares están trabajando para encontrar las palabras adecuadas para expresar las decisiones importantes que guiarán a la Orden en el cumplimiento de su misión en los próximos años. Pero esto es sólo el principio, porque tenemos que hacer que estas palabras sean eficaces en toda la Orden.
Sin embargo, el poder de las palabras puede ser ambivalente, porque las palabras y las promesas pueden llevar a cosas buenas o cosas malas. En el Evangelio de hoy vemos la trágica consecuencia de la promesa hecha por Herodes a Herodías. Pero el Evangelio también nos recuerda las poderosas palabras de Juan el Bautista, que dijo la verdad, aunque perjudicara a Herodes.
Queridos hermanos Josephfat, Lorenzo, Enrique, Mauricio, Ángel, Raúl, Fernando y Santiago, hoy ustedes darán su palabra, harán una promesa ante Dios y ante el pueblo de Dios. Harán lo que es inconcebible para la mayoría de sus contemporáneos: prometer un futuro que no está en sus manos, dar lo que no poseen completamente, sus vidas, sus futuros. ¿No dijo San Agustín: “no puedes dar lo que no tienes”? Ustedes se atreverán a decir “Sí” a un futuro que no está en sus manos, porque creen firmemente que el futuro está en las manos amorosas y misericordiosas de Dios. Se atreverán a hacer una promesa, no porque hayan demostrado ser fieles, sino porque aman a Dios, que cumple su palabra, que permanece fiel aunque seamos infieles. Dios es poderoso y fiel porque lo que promete, lo cumple. Y el poder de Dios resplandece a través de nosotros cuando cumplimos nuestra palabra, cuando permanecemos fieles a nuestros votos. La Orden, a través de los hermanos de la Provincia de Santiago, también se atreverá a acogeros, como hermanos, porque compartimos la misma vocación y el mismo amor por un Dios leal, que permanece fiel a sus promesas.
En cada capítulo general, los capitulares disciernen y deciden lo que podría ayudar a la Orden en su misión de predicar el Evangelio, en su tarea de evangelizar. Al unirnos a estos hermanos que van a abrazarán los consejos evangélicos, tal vez sea bueno recordarnos una vez más el poder evangelizador de los consejos evangélicos.
Nuestro hermano Tomás de Aquino define muy bien la vida consagrada como una escuela para la perfección de la caridad, perfectae caritatis. Como sabemos, los consejos evangélicos de obediencia, castidad y pobreza no son fines, sino medios para hacer perfecto nuestro amor, nuestra caridad.
El consejo evangélico de la Obediencia viene de ob-audire, escuchar; es la virtud que nos permite escuchar la llamada de Dios y responder a ella en el contexto de la comunidad. La obediencia es el principio de la unidad, porque todo lo que se refiere a nuestra consagración
religiosa –vocación, ministerio, oración y comunidad– se unen por la obediencia a la voluntad de Dios. Dios llama y nosotros escuchamos, es decir, obedecemos.
La obediencia implica escuchar a los superiores y escucharnos los unos a los otros. Pero también implica que los hermanos escuchen a sus hermanos, que las hermanas escuchen a sus hermanas, e incluso que escuchen, a veces, los gritos silenciosos de ayuda. Esta cultura de “escucha” entre hermanos y hermanas es parte del consejo evangélico de obediencia. Nuestro capítulo general es una “casa de obediencia“, donde escuchamos las necesidades del mundo, de la Iglesia y de la Orden mientras mantenemos nuestros oídos en sintonía con la Palabra de Dios en oración y discernimiento.
El consejo evangélico de la castidad debe ayudarnos a perfeccionar nuestro amor mutuo como hermanos y hermanas. Dado que los consejos están ordenados a la perfección de la caridad, “el primer pecado contra la castidad es la falta de amor“,2 porque debemos amarnos los unos a los otros, de acuerdo con nuestro estado de vida, como Cristo nos ama. Los religiosos cascarrabias, gruñones y malhumorados, que eliminan tu energía cada vez que se encuentran contigo, ¿no pecan también ellos contra la castidad evangélica? ¿Cómo podrían predicar al Dios que se revela como amor (1 Juan 4, 16) si no tienen amor?
Pobreza evangélica. “La comunidad de creyentes tenía un solo corazón y una sola alma… No había, pues, ningún necesitado entre ellos” (Hechos 4, 32-34). La primera comunidad de creyentes compartía, para que nadie pasase necesidad. Por paradójico que parezca, la pobreza evangélica es la solución cristiana a la pobreza o indigencia económica y espiritual. Entender la pobreza evangélica como compartir sirve como correctivo contra los males de la miseria y la riqueza excesiva (el exceso de suficiencia). Realmente se convierte en una virtud porque se encuentra a medio camino de estos dos extremos.
Los consejos evangélicos tienen el poder de evangelizar tanto a quienes los abrazan como a quienes son testigos de cómo se viven según los diferentes estados de vida en la Iglesia.
Hermanos que van a hacer la profesión: tienen el claro privilegio de hacer su profesión en presencia de la máxima autoridad de la Orden, el Capítulo General. Cuando profesamos como novicios, se nos dijo que nos convertíamos en parte de una Orden mundial. Lo entendimos en abstracto. Pero aquí, en Tultenango, su pertenencia a una Orden mundial es visible y palpable. Hasta aquí han venido hermanos de todo el mundo para darles una calurosa bienvenida con un abrazo fraterno.
Fr. Gerard Timoner, OP
Maestro de la Orden