La esperanza se basa en la certeza de que Dios nunca nos abandonará

Homilía – 17.07.2022

Nos reunimos alrededor de la mesa de la Eucaristía, mesa de la comunión y la acción de gracias, para alabar y dar gracias a Dios por las múltiples bendiciones que hemos recibido de Él. Damos gracias al Señor por el don de la vocación dominicana, por el don de ser parte de la familia de santo Domingo, por el privilegio de predicar la Palabra de Dios al mundo. Estamos reunidos aquí en Tultenango, el lugar donde la Orden de Predicadores fue restablecida en México, el lugar donde la Provincia de Santiago estableció su noviciado cuando la provincia fue refundada en 1961, tras su supresión y eventual desaparición en 1894. En cierto sentido, pisamos un terruño santo, donde se alimentaron los sueños y esperanzas de renovación de la presencia y la predicación dominicanas aquí en México. Con la gracia y la inspiración del Espíritu Santo, los capitulares de este Capítulo General y los hermanos y hermanas que nos asistirán se empeñarán por construir sobre esos mismos sueños y esperanzas para el crecimiento de la Orden y la renovación de su misión en todo el mundo.

Los tres años posteriores a la celebración del Capítulo General de Biên Hòa fueron verdaderamente inéditos, inesperados e inolvidables. Apenas siete meses después del Capítulo, enfrentamos desafíos imprevisibles, pero respondimos con creatividad, coraje y con la convicción de que incluso en tiempos de pandemia podemos continuar con nuestra misión de predicar el Evangelio.

La primera vez que asistí a una reunión de la Unión de Superiores Generales en Roma, un religioso anciano habló sobre el inminente “fin” de la vida religiosa tal como la conocemos. Se lo veía realmente triste y su charla era deprimente. Felizmente, quienes hablaron después de él eran religiosos jóvenes y vibrantes: uno era un sacerdote de padre japonés y madre española, la otra era una joven hermana india. Ambos nos hablaron de lo felices que están en sus comunidades religiosas; que no les preocupa cuántos son en sus congregaciones, es decir, la cantidad; sino que lo importante para ellos es la calidad de vida religiosa que experimentan.

Hermanos y hermanas, estamos llamados a vivir el presente y abrazar el futuro con esperanza, no con optimismo. El optimismo surge de una evaluación cuidadosa de las perspectivas futuras con respecto a nuestras propias capacidades y recursos. Cuando nos miramos a nosotros mismos, nos damos cuenta de que nuestros recursos no son suficientes para enfrentar los inmensos desafíos del futuro. Así que si alguien me preguntara si soy optimista acerca de nuestra Orden, mi respuesta inmediata sería: “¡No soy en absoluto optimista, pero tengo muchas esperanzas!” La esperanza se basa en
la certeza de que Dios nunca nos abandonará. Esto es lo que Pablo dice a los colosenses en la segunda lectura de este domingo: “Cristo en ustedes, esperanza de la gloria”.

La semana pasada firmé decretos de supresión de un convento y seis casas. No se alarmen, estas casas estaban vacías desde hace algunos años. Sin embargo, hace unas pocas semanas, la Orden fundó una nueva casa dedicada a santo Domingo en Khmelnytskyi, Ucrania. Fundar una casa en un país que está luchando por su supervivencia: ¡eso es un signo de coraje y esperanza!

Es lo que fray Bruno llama la “audacia de lo improbable”; es decir que con fe y esperanza firmes, incluso lo improbable se convierte en posible, con la gracia de Dios. Tenemos hermanos y hermanas en Myanmar que siguen siendo signos de esperanza para sus compatriotas que padecen opresión. Tenemos hermanos y hermanas en África, en las Américas, en Asia y en Europa que, con su reflexión teológica y con obras de caridad llevan la misericordia Veritatis, la misericordia de la Verdad, a múltiples situaciones de sufrimiento y opresión. Algunos de ellos padecen la muerte, como nuestro joven hermano asesinado en enero pasado en Vietnam, mientras escuchaba confesiones en una región remota del país. La esperanza se basa en la certeza de que Dios nunca nos abandonará, ni siquiera en el sufrimiento y la muerte. La esperanza es la seguridad de que Dios está presente en los “misterios de gozo, de dolor, de gloria y de luz” de nuestras vidas. O Spem miram! Dios es la maravillosa ESPERANZA prometida por Domingo, como nuestro constante Compañero, en el santo empeño de anunciar la PALABRA de Dios y hacer que se extienda a través de las tierras y de los mares, más allá de los horizontes de nuestra mirada. Cristo entre nosotros, Cristo dentro de nosotros, Él es nuestra esperanza de la gloria (Col 1:27).

¿Cómo predicamos con fe, esperanza y amor en nuestro mundo, hoy? La historia de Marta y María en el Evangelio de hoy nos invita a redescubrir el valor del carisma dominicano para la Iglesia. Algunos santos criticaron a Marta. San Basilio Magno escribió que “Nuestro Señor no elogió a Marta cuando se inquietaba por su intenso servicio”. Sin embargo, san Agustín sale en defensa de Marta y dice: si tuviéramos que reprochar a Marta por su servicio, entonces “dejemos que los hombres dejen de servir a los necesitados”. Marta y María llegaron a simbolizar la oposición entre la acción y la contemplación. Pero una lectura dominicana de la historia de Marta y María no ve oposición sino síntesis. Santo Tomás escribe que “así como es mejor iluminar que simplemente brillar, así también es mejor dar a los demás los frutos de la propia contemplación que simplemente contemplar”.

La historia de Marta y María nos ayuda a recordar lo que dijimos en el Capítulo General de Biên Hòa: “La sinergia vida-misión es el camino para fortalecer la identidad dominicana. Es también la forma más eficaz para armonizar la dimensión contemplativa y la dimensión apostólica de la Orden… El propositum vitae concebido por santo Domingo fue precisamente el servicio a la salvación de la humanidad mediante el ministerio de la predicación desde una vida de oración, de estudio y de convivencia fraterna” (ACG Biên Hòa, 60).

Al comenzar este Capítulo General, rezamos que nuestro caminar juntos nos acerque más a Dios y a los demás, de modo que, a través de nuestra vida y misión, podamos ayudar a nuestro pueblo a ver más claramente la presencia permanente de Cristo, nuestra esperanza de la gloria.

Junto a los capitulares, invitados y traductores que vienen de todas partes del mundo, les agradezco hermanos y hermanas por su preciosa presencia en esta Celebración Eucarística. De manera especial agradezco a fray Luis Javier, prior provincial de la provincia de Santiago ya todos los frailes su calurosa acogida y todo su trabajo para este capítulo general.

fr. Gerard Francisco TIMONER III, OP
Maestro de la Orden

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