El beato Jean-Joseph Lataste (1832-1869)

Alcide Lataste nació en Francia, en Cadillac, sur de Gironde, el 4 de septiembre de 1832. Después de sus estudios secundarios, trabajó algunos años como inspector de hacienda en diferentes ciudades del sur de Francia: Privas, Pau, Nérac. Estos años fueron para él la ocasión de descubrir, como miembro de las Conferencias de san Vicente de Paúl fundadas por el beato Federico Ozanam, una vida fraterna orientada a los más pobres y marcada por la oración común y la Eucaristía. A los veinticinco años de edad, impresionado por el padre Lacordaire, Alcide Lataste ingresa en el noviciado dominicano de Flavigny, el 4 de noviembre de 1857.

Sus primeros años como dominico están marcados por la enfermedad, que lo mantiene un poco apartado de los demás frailes y de sus actividades. En 1860, en el convento de Saint-Maximin, tiene una gran experiencia espiritual, con motivo del traslado de las reliquias de santa María Magdalena. «Besando esta cabeza, antes degradada, ahora santa, me decía: es cierto, pues, que los más grandes pecadores, las más grandes pecadoras tienen en ellos lo que hace a los más grandes santos; ¿quién sabe si no lo serán algún día…». Después de sus estudios, es ordenado sacerdote el 8 de febrero de 1863, y asignado al convento de Burdeos.      

En septiembre de 1864, es enviado a predicar un retiro a las reclusas de la prisión de Cadillac, su ciudad natal. A pesar de todo lo que pudo oír en su juventud sobre estas mujeres y sus crímenes, se dirige a ellas, desde el primer día diciéndoles: «mis queridas hermanas» y haciendo hincapié en el vínculo de fraternidad en Cristo que le une a ellas. El predicador se sorprende al constatar que muchas reclusas llevaban ya una vida de oración y deseaban entregarse a Dios. Orando con ellas ante el Santísimo Sacramento, concibió, –o más bien, según sus propias palabras, «recibió de Dios»– la idea de abrir para ellas las puertas de la vida religiosa contemplativa dominicana.   

Antes de asumir el cargo de maestro de los frailes estudiantes, regresa para un segundo retiro en Cadillac, en septiembre de 1865; allí se reúne nuevamente con las reclusas que han permanecido fieles a las orientaciones espirituales que les había dado: ofrecer a Dios su vida cotidiana en la cárcel, a imagen de las monjas. Al final de este retiro, predica con entusiasmo: «¡Aquí, he visto maravillas!» haciendo un paralelismo con la misma expresión empleada por santa Catalina de Siena al salir del éxtasis. No en el éxtasis, sino en la cárcel fue donde vio maravillas, oyendo las confesiones de las reclusas y orando con ellas.

A partir de entonces, se compromete más directamente en la realización de las ideas que habían germinado en él el año anterior. En marzo de 1866 publica un folleto, Las rehabilitadas, que envía, en particular, a los diputados y a numerosos periodistas con el fin de intentar cambiar la opinión pública con respecto a las mujeres que salen de la cárcel. La fundación la casa de Betania se presenta como un signo destinado a hacer evolucionar las mentalidades sobre este punto.

Con la ayuda de la madre Henri-Dominique, que pronto se comprometió con él en este proyecto utópico, el padre Lataste puede fundar la casa Betania el 14 de agosto de 1866. Esta nueva comunidad experimenta muy pronto grandes dificultades, sobre todo, a causa de las reacciones de rechazo y de desconfianza que suscita en el seno mismo de la vida religiosa. El padre Lataste se entrega sin descanso al servicio de sus «queridas hermanas». Al mismo tiempo continua, paralelamente, una actividad de predicación, rápidamente limitada por la tuberculosis pulmonar que le afecta a partir de la cuaresma de 1868. Murió en la casa de Betania en Frasnes-le-Château (Haute-Saône) el 10 de marzo de 1869. Su cuerpo fue trasladado al año siguiente, a la vez que el convento de las hermanas de Betania, a Montferrand-le-Château. Su tumba ha sido, desde el principio, objeto de devoción constante. Las intenciones de oración, e incluso las cartas enviadas a su nombre se siguen depositando allí, hoy en día.

Entre los signos de la fecundidad del ejemplo y de la predicación del beato Jean-Joseph Lataste hay que mencionar, en particular, la existencia de fraternidades laicales dominicanas que reúnen en una misma comunidad a presos y personas del exterior. La primera, la fraternidad de Nuestra Señora de la Merced, nació en la prisión de       Norfolk MA, Estados Unidos, en 1998.

En 1937, se inició un proceso canónico que culminó en la beatificación del padre Lataste en 2012. Actualmente, la Congregación para las causas de santos está estudiando una curación inexplicable con vistas a su canonización.

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