Debo expresar mi asombro por la precisión y la perspicacia con la que habla el Papa sobre nuestra forma de vida como dominicos. Sin duda, da una impresión de decir cosas que son tan obvias como arcaicas para cualquier dominico. Él evoca cosas que ya se dan por supuestas para nosotros en nuestra historia; pero él las saca a la luz de manera esclarecedora y vivificante. Así, al leer la carta, no aprendí cosas nuevas pero sí cosas de siempre desde una luz diferente.
Las encontré muy importantes, interesantes y valiosas. Me siento muy humilde por la condescendencia de Dios, que me llama no sólo a ser cristiana, sino también piedra viva en esta Gloriosa Orden de Predicadores. Al igual que mi hermano, el Maestro Reginaldo, debo confesar que “no tengo mérito alguno viviendo en esta Orden pues me encuentro en ella extraordinariamente a gusto”. Me gustaría compartir algunas reflexiones que me han venido después de reflexionar sobre la carta del Papa para nosotros.
En primer lugar, “Cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio”. Como señala el Papa, nuestro padre santo Domingo respondió a la necesidad urgente de su tiempo con su celo del alma, con la predicación, con los actos de misericordia, con la formación teológica de los hermanos, con el amor a la sagrada página, con la oración, etc. Como Domingo, estamos llamados a responder a las necesidades de nuestra época, caracterizada por cambios de era y nuevos desafíos a la misión evangelizadora de la Iglesia, e inspirar a todos los bautizados a incendiar el mundo entero del amor misericordioso de Dios. Por nombrar sólo algunos desafíos: las herejías que amenazan nuestra época, las guerras, las pandemias, el mal uso de los recursos naturales, la corrupción, los inmigrantes.
Ya que “el diablo teme a los corazones que arden de amor por Dios”, como decía santa Catalina,nosotras, como monjas en África, hemos continuado la misión, la visión y el carisma de nuestra Orden siendo fieles a nuestra herencia, es decir, observando fielmente nuestra vida regular como mujeres libres bajo la gracia para la fecundidad de la predicación de nuestros hermanos y la salvación de todas las almas. No hemos dejado de mostrar hospitalidad a los pobres y a los menos afortunados, que llaman a nuestras puertas en busca de alimento físico y espiritual. Pero, sobre todo, elevamos amorosamente al mundo entero ante el Señor en la celebración de la Eucaristía, la oración litúrgica, mientras velamos en el hogar para mantener el fuego encendido mediante la oración personal, el estudio, el trabajo y la vida en común; siguiendo el ejemplo de Santa Catalina, que una vez dijo: “No te pido por mí sola, Padre, sino por el mundo entero y particularmente por el cuerpo místico de la Santa Iglesia”.
En segundo lugar, el Santo Padre nos ha expresado su gratitud a los dominicos por nuestra destacada contribución al crecimiento de la Iglesia. Recuerdo una historia que me contó una de mis hermanas. Una vez, que ella estaba en la calle un joven (un estudiante de teología en el seminario de Santo Tomás de Aquino) vino corriendo y le preguntó: “¿Eres dominica? Ella contestó que sí. El joven continuó: usted ha hecho mucho por el desarrollo de la doctrina de la Iglesia y tiene muchos santos”. El joven se marchó después de haber intercambiado algunos otras palabras y la hermana se preguntó, ¿y qué he hecho yo? ¿He contribuido en algo o sólo estoy viviendo de los laureles ganados por otros con su sudor y esfuerzo?
En conclusión, el Papa parece sugerir que nuestra época necesita con urgencia la perspectiva que Domingo nos ha legado. Pero con el Maestro Jordán me lamento: “¿Quién será capaz de imitar en todo la virtud de este hombre? Podemos admirarla, y a su vista considerar la desidia de nuestros días: poder lo que él pudo fruto es no ya de virtud humana sino de una gracia singular de Dios, que podrá reproducir en algún otro esa cumbre acabada de perfección. Mas para tan alta empresa, ¿quién será idóneo?” (Libellus). Recordemos que “es mejor iluminar que simplemente brillar”, come dice santo Tomás de Aquino.
Que la carta del Santo Padre nos desafíe a responder desde el fondo de nuestro corazón: “aquí estoy Señor vengo a hacer tu voluntad” (Is. 6,8), recordando que “en tu voluntad, Señor, está nuestra paz”. Que esta carta nos ayude a “reflexionar sobre el hecho de que Dios nos ha hecho a ti y a mí jardineros, para desarraigar el vicio y plantar la virtud” (santa Catalina de Siena).¡Santo Domingo Predicador de la Gracia intercede por nosotros! Amén
Sor Lucia NGABA, O.P.
Monasterio Corpus Christi,
Nairobi, Kenia
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