San Raimundo de Peñafort. Patrón de los Juristas

San Raimundo de Peñafort. Patrón de los Juristas

Se sabe de Raimundo –o Ramón de Peñafort- que nació en el Castillo de Peñafort, en la comarca del Penedés, parroquia de Santa Margarita dels Monjos, en Barcelona, condado dependiente de la corona de Aragón, entre el 1175 y el 1185, (entre 5 y 15 años después de que naciera en Caleruega -Burgos- Domingo de Guzmán), en una familia de la pequeña nobleza feudal catalana. Más que un gran castillo, sería una de esas torres fortaleza, casi un caserón, situado en un altozano -del que no se conserva nada- con labores defensivas.

De sus años de infancia y juventud nada se conoce, siendo la primera noticia histórica que tenemos, su intervención en 1204 (otros autores dicen 1194), como escribano, en la redacción de un testamento de uno de los canónigos de la catedral de Barcelona, Ramón de Rosanes, lo que hace pensar que recibió allí su primera formación humanística, y seguramente jurídica.

La siguiente información que sobre él nos llega, nos lo sitúa en la Universidad de Bolonia, famosa por su facultad de leyes, en el período que va de 1210 a 1221, dedicado primero al estudio del Derecho Canónico y del Derecho Romano, y más tarde a la enseñanza de las leyes. Es sumamente plausible que ya allí conociese la Orden de Predicadores y hay autores que lanzan la posibilidad de que incluso estuviese en las honras fúnebres de Domingo de Guzmán, muerto en Bolonia el 6 de agosto de 1221.

Lo cierto y verdad es que a finales del año de 1221 lo tenemos de regreso en Barcelona, prestando servicios como Maestro de Derecho en la Catedral para su obispo Berengario IV de Palou, seguramente tras la solicitud que éste mismo le hiciera para regresar a su diócesis desde Bolonia. La primitiva hagiografía del santo, anónima y escrita poco tiempo después de su muerte, le sitúa como canónigo catedralicio, pero hoy es puesta en duda la exactitud de ese dato, dado el poco tiempo que sirvió al obispo pues el caso es que al año siguiente, 1222, el 1 de abril, tomo el hábito de la Orden de Predicadores en el convento dominico barcelonés de Santa Catalina.

La Orden estaba regida entonces por el sucesor de Domingo, el beato Jordán de Sajonia, y en ese momento era toda una revolucionaria forma de entender la vida religiosa, discutida y polémica ante el clero secular, con lo cual, el dato de que un jurista importante y valorado, y ya de una cierta edad pues rondaría algo más de los cuarenta años, entrase a formar parte de ella, es un dato de particular significación para entender lo que los dominicos suponían de novedad y de radicalidad de vida para la Iglesia.

De 1222 a 1229 despliega una intensa actividad desde su convento, dedicándose al estudio (de esta época, 1226, es la primera redacción de su trabajo Summa de casibus poenitentiae para orientación de los confesores y que fue uno de los tratados más distribuidos durante toda la Edad Media; la segunda redacción es de 1234) y dedicándose así mismo a la predicación por toda Cataluña y el sur de Francia.

Su personalidad se irradia desde Barcelona y sus grandes conocimientos jurídicos y teológicos hicieron de él un personaje muy bien preparado para desempeñar altos cargos y misiones en la Iglesia y en la sociedad de su tiempo. Es así que en el año de 1228 fue llamado a formar parte de la embajada pontificia que el Cardenal Legado, Juan de Abbeville, realizó por los reinos cristianos de Las Españas, para información y aplicación de los decretos del IV Concilio de Letrán que buscaban robustecer la unidad de la Iglesia y unificar la liturgia desde la liturgia romana. Tomó parte así en los importantísimos concilios provinciales que se celebraron en ese período y concluida la embajada, recibió el encargo papal de predicar la cruzada destinada a la reconquista de Mallorca, problema fundamental del reinado de Jaime I el Conquistador en este momento, que permitiría afianzar el cristianismo en todo el Mediterráneo, alejando el peligro mahometano.

Tras cumplir con gran éxito todas esas comisiones, Gregorio IX lo llama a la Corte Pontificia nombrándolo capellán del Papa, penitenciario pontificio (de donde le viene su representación iconográfica con las Llaves), confesor privado y asesor personal suyo. Lo situamos pues en Roma en este período de 1229 a 1237.

Son estos los años que lo colocan en el punto culminante de su servicio a la Iglesia. Es así que se da su decisiva intervención en la fundación de la Orden de la Merced para la redención de los pobres cautivos, como asesor de san Pedro Nolasco; o  la inmensa publicación de trabajos jurídicos de gran envergadura y sentido práctico que le han convertido en el patrón de los juristas como la Summa de Matrimonio, o sobre todo su gran obra maestra, la compilación de las Decretales, por encargo personal del Papa Gregorio IX, la Collectio Decretalium: colección de todas las leyes, decretos, actas y disposiciones papales existentes hasta ese momento, redactadas dando una unidad al complejo fondo de leyes que había. Este compendio de decretales es el que dio el gran cuerpo de base que daría lugar en 1317 al Corpus Iuris Canonici (Código de Derecho Canónico vigente, con ciertas modificaciones, hasta 1917).

Sus labores políticas desde Roma vinculadas a su Aragón natal fueron reseñables, y así intervino en el año 1229 en el proceso de nulidad de la boda de Jaime I con Leonor de Castilla; en la institución del Tribunal de la Inquisición para el Reino de Aragón en 1235; participó también en las Cortes aragonesas de trascendental importancia de Monzón de 1236 en las que se decidieron, entre otras cosas, la reconquista de Valencia; absolvió en 1237 la excomunión de Jaime I, por su enfrentamiento con el obispo de Zaragoza; participó en la elección de obispos, etc.

Fue nombrado arzobispo de Tarragona, pero renunció a su cargo según la costumbre de los primeros dominicos de no aceptar cargas.

De estos años ha quedado también memoria de que San Raimundo se señaló junto a las labores de gran influencia política, por su servicio a los pobres de Roma, donde le llamaban cariñosamente pater pauperum, el padre de los pobres.

Cuando en 1237 dejaba la curia romana volviendo a su convento de Barcelona, aunque manteniendo su cargo de penitenciario y consultor del Papa, es seguro que pensaba pasar el resto de su vida dedicado al estudio, a la oración, a la predicación, a escribir algunas obras que tenía proyectadas y a la atención a los pobres. Pero ese mismo año moría el Maestro de la Orden, fray Jordán de Sajonia.

El Capítulo General de 1238, celebrado en Bolonia, eligió a fray Raimundo de Peñafort como sucesor de santo Domingo convirtiéndose así en el tercer Maestro de la Orden. Fue la suya una elección providencial para aquellos años de gran expansión y de asentamiento de los dominicos, que con un rapidísimo crecimiento se encontraba en una difícil situación organizativa. Tan sólo dos años estuvo al frente de la Orden, renunciando al cargo en 1240, pero en ese tiempo se centró en dotar de unas Constituciones acordes a las necesidades y al espíritu de Santo Domingo, con un sentido de fraternidad, de democracia y de vida de estudio y de oración, que no han perdido su vigencia. Solucionó en las constituciones situaciones delicadas como la relación con las monjas o asuntos de suma importancia como el estudio de los frailes para su misión de predicadores: entre sus súbditos estaban fray Alberto Magno, fray Tomás de Aquino, o fray Pedro de Tarantasia, a quien después obedeció cuando fray Pedro fue elegido Papa Inocencio V.

Presentó su dimisión al Capítulo General en 1240 y atendiendo a sus razonamientos, le fue aceptada. Volvió a su convento de Barcelona, convirtiéndose en confesor y consejero del rey Jaime I el Conquistador, y estando presente en todas las decisiones de importancia en los campos eclesiales y políticos que se tomaron en sus días.

Trabajó así mismo incansablemente por fomentar el diálogo y las controversias entre cristianos, musulmanes y judíos. Y por la labor de predicación a esas masas de personas, partiendo siempre del principio de que el arma de la palabra, para llegar a la verdad, era la única que se conocía en la Orden de Domingo, y que para poder predicarles convenientemente era necesario conocerles y tratar de llegar a la Verdad. Es así que promovió para la formación de los dominicos en la lengua, doctrina y mentalidad árabes, la creación del Studium de Túnez en 1245, y el de Murcia en 1266. En esa misma idea aconsejó a Ramón LLull el estudio de los idiomas, y se supone, aunque hay autores que lo atribuyen a un error, que fue quien animó a Tomás de Aquino a la redacción de su Summa contra Gentiles.

 Casi centenario, descansó de sus trabajos y se fue a gozar de la gloria que el Señor prometió a sus fieles seguidores, el 6 de enero de 1275.  A sus funerales asistió la familia real aragonesa y castellana, cardenales y obispos, y todo el pueblo de Barcelona, que admiraban la sabiduría de fray Raimundo y agradecían a Dios el don de su santidad. Fue enterrado en su convento de Barcelona.

La iniciativa para su canonización siguió inmediatamente a su muerte, pero las relaciones entre la corona aragonesa y el papado se enturbiaron desde 1282. Se intentó un segundo proceso en 1317, otro en 1349 pero de nuevo quedó en suspenso, de modo que no es hasta 1542 que se admite oficialmente el culto que ya se le tributaba en toda la Orden de Predicadores, comenzándose un nuevo proceso en 1587, siendo canonizado por Clemente VIII el 29 de abril de 1601, siendo la primera canonización realizada en la actual basílica vaticana de San Pedro.

Durante 500 años el Convento de Santa Catalina de Barcelona acogió los restos de san Raimundo en un magnífico sarcófago de piedra que tenía esculpida la vida del santo, pero en 1839 un incendio destruyó toda la Iglesia, aunque las reliquias pudieron ser salvadas y trasladadas a la Catedral de Barcelona donde aún hoy reposan en una capilla lateral.

Su fiesta se fijó el 7 de enero, pero fue trasladada para España al 23 de enero. Es el patrón de los abogados y de las facultades de derecho, y en España, en 1944, se instituyó la Orden de la Cruz de San Raimundo de Peñafort, para premiar los relevantes méritos contraídos por cuantos intervienen en la Administración de Justicia y en su cultivo y aplicación del estudio del Derecho en todas sus ramas, así como los servicios prestados sin nota desfavorable en las actividades jurídicas dependientes del Ministerio de Justicia.

Se ha dicho que Raimundo de Peñafort encarna lo que se entiende como el seny catalán, que es algo más que el sentido común, porque apunta hacia el buen criterio, el buen juicio. El obispo Torras i Bages lo calificó como el catalán más universal. Por su sabiduría y prudencia se convirtió en consejero de los grandes personajes de su tiempo y mediador d

Se sabe de Raimundo –o Ramón de Peñafort- que nació en el Castillo de Peñafort, en la comarca del Penedés, parroquia de Santa Margarita dels Monjos, en Barcelona, condado dependiente de la corona de Aragón, entre el 1175 y el 1185, (entre 5 y 15 años después de que naciera en Caleruega -Burgos- Domingo de Guzmán), en una familia de la pequeña nobleza feudal catalana. Más que un gran castillo, sería una de esas torres fortaleza, casi un caserón, situado en un altozano -del que no se conserva nada- con labores defensivas.

De sus años de infancia y juventud nada se conoce, siendo la primera noticia histórica que tenemos, su intervención en 1204 (otros autores dicen 1194), como escribano, en la redacción de un testamento de uno de los canónigos de la catedral de Barcelona, Ramón de Rosanes, lo que hace pensar que recibió allí su primera formación humanística, y seguramente jurídica.

La siguiente información que sobre él nos llega, nos lo sitúa en la Universidad de Bolonia, famosa por su facultad de leyes, en el período que va de 1210 a 1221, dedicado primero al estudio del Derecho Canónico y del Derecho Romano, y más tarde a la enseñanza de las leyes. Es sumamente plausible que ya allí conociese la Orden de Predicadores y hay autores que lanzan la posibilidad de que incluso estuviese en las honras fúnebres de Domingo de Guzmán, muerto en Bolonia el 6 de agosto de 1221.

Lo cierto y verdad es que a finales del año de 1221 lo tenemos de regreso en Barcelona, prestando servicios como Maestro de Derecho en la Catedral para su obispo Berengario IV de Palou, seguramente tras la solicitud que éste mismo le hiciera para regresar a su diócesis desde Bolonia. La primitiva hagiografía del santo, anónima y escrita poco tiempo después de su muerte, le sitúa como canónigo catedralicio, pero hoy es puesta en duda la exactitud de ese dato, dado el poco tiempo que sirvió al obispo pues el caso es que al año siguiente, 1222, el 1 de abril, tomo el hábito de la Orden de Predicadores en el convento dominico barcelonés de Santa Catalina.

La Orden estaba regida entonces por el sucesor de Domingo, el beato Jordán de Sajonia, y en ese momento era toda una revolucionaria forma de entender la vida religiosa, discutida y polémica ante el clero secular, con lo cual, el dato de que un jurista importante y valorado, y ya de una cierta edad pues rondaría algo más de los cuarenta años, entrase a formar parte de ella, es un dato de particular significación para entender lo que los dominicos suponían de novedad y de radicalidad de vida para la Iglesia.

De 1222 a 1229 despliega una intensa actividad desde su convento, dedicándose al estudio (de esta época, 1226, es la primera redacción de su trabajo Summa de casibus poenitentiae para orientación de los confesores y que fue uno de los tratados más distribuidos durante toda la Edad Media; la segunda redacción es de 1234) y dedicándose así mismo a la predicación por toda Cataluña y el sur de Francia.

Su personalidad se irradia desde Barcelona y sus grandes conocimientos jurídicos y teológicos hicieron de él un personaje muy bien preparado para desempeñar altos cargos y misiones en la Iglesia y en la sociedad de su tiempo. Es así que en el año de 1228 fue llamado a formar parte de la embajada pontificia que el Cardenal Legado, Juan de Abbeville, realizó por los reinos cristianos de Las Españas, para información y aplicación de los decretos del IV Concilio de Letrán que buscaban robustecer la unidad de la Iglesia y unificar la liturgia desde la liturgia romana. Tomó parte así en los importantísimos concilios provinciales que se celebraron en ese período y concluida la embajada, recibió el encargo papal de predicar la cruzada destinada a la reconquista de Mallorca, problema fundamental del reinado de Jaime I el Conquistador en este momento, que permitiría afianzar el cristianismo en todo el Mediterráneo, alejando el peligro mahometano.

Tras cumplir con gran éxito todas esas comisiones, Gregorio IX lo llama a la Corte Pontificia nombrándolo capellán del Papa, penitenciario pontificio (de donde le viene su representación iconográfica con las Llaves), confesor privado y asesor personal suyo. Lo situamos pues en Roma en este período de 1229 a 1237.

Son estos los años que lo colocan en el punto culminante de su servicio a la Iglesia. Es así que se da su decisiva intervención en la fundación de la Orden de la Merced para la redención de los pobres cautivos, como asesor de san Pedro Nolasco; o  la inmensa publicación de trabajos jurídicos de gran envergadura y sentido práctico que le han convertido en el patrón de los juristas como la Summa de Matrimonio, o sobre todo su gran obra maestra, la compilación de las Decretales, por encargo personal del Papa Gregorio IX, la Collectio Decretalium: colección de todas las leyes, decretos, actas y disposiciones papales existentes hasta ese momento, redactadas dando una unidad al complejo fondo de leyes que había. Este compendio de decretales es el que dio el gran cuerpo de base que daría lugar en 1317 al Corpus Iuris Canonici (Código de Derecho Canónico vigente, con ciertas modificaciones, hasta 1917).

Sus labores políticas desde Roma vinculadas a su Aragón natal fueron reseñables, y así intervino en el año 1229 en el proceso de nulidad de la boda de Jaime I con Leonor de Castilla; en la institución del Tribunal de la Inquisición para el Reino de Aragón en 1235; participó también en las Cortes aragonesas de trascendental importancia de Monzón de 1236 en las que se decidieron, entre otras cosas, la reconquista de Valencia; absolvió en 1237 la excomunión de Jaime I, por su enfrentamiento con el obispo de Zaragoza; participó en la elección de obispos, etc.

Fue nombrado arzobispo de Tarragona, pero renunció a su cargo según la costumbre de los primeros dominicos de no aceptar cargas.

De estos años ha quedado también memoria de que San Raimundo se señaló junto a las labores de gran influencia política, por su servicio a los pobres de Roma, donde le llamaban cariñosamente pater pauperum, el padre de los pobres.

Cuando en 1237 dejaba la curia romana volviendo a su convento de Barcelona, aunque manteniendo su cargo de penitenciario y consultor del Papa, es seguro que pensaba pasar el resto de su vida dedicado al estudio, a la oración, a la predicación, a escribir algunas obras que tenía proyectadas y a la atención a los pobres. Pero ese mismo año moría el Maestro de la Orden, fray Jordán de Sajonia.

El Capítulo General de 1238, celebrado en Bolonia, eligió a fray Raimundo de Peñafort como sucesor de santo Domingo convirtiéndose así en el tercer Maestro de la Orden. Fue la suya una elección providencial para aquellos años de gran expansión y de asentamiento de los dominicos, que con un rapidísimo crecimiento se encontraba en una difícil situación organizativa. Tan sólo dos años estuvo al frente de la Orden, renunciando al cargo en 1240, pero en ese tiempo se centró en dotar de unas Constituciones acordes a las necesidades y al espíritu de Santo Domingo, con un sentido de fraternidad, de democracia y de vida de estudio y de oración, que no han perdido su vigencia. Solucionó en las constituciones situaciones delicadas como la relación con las monjas o asuntos de suma importancia como el estudio de los frailes para su misión de predicadores: entre sus súbditos estaban fray Alberto Magno, fray Tomás de Aquino, o fray Pedro de Tarantasia, a quien después obedeció cuando fray Pedro fue elegido Papa Inocencio V.

Presentó su dimisión al Capítulo General en 1240 y atendiendo a sus razonamientos, le fue aceptada. Volvió a su convento de Barcelona, convirtiéndose en confesor y consejero del rey Jaime I el Conquistador, y estando presente en todas las decisiones de importancia en los campos eclesiales y políticos que se tomaron en sus días.

Trabajó así mismo incansablemente por fomentar el diálogo y las controversias entre cristianos, musulmanes y judíos. Y por la labor de predicación a esas masas de personas, partiendo siempre del principio de que el arma de la palabra, para llegar a la verdad, era la única que se conocía en la Orden de Domingo, y que para poder predicarles convenientemente era necesario conocerles y tratar de llegar a la Verdad. Es así que promovió para la formación de los dominicos en la lengua, doctrina y mentalidad árabes, la creación del Studium de Túnez en 1245, y el de Murcia en 1266. En esa misma idea aconsejó a Ramón LLull el estudio de los idiomas, y se supone, aunque hay autores que lo atribuyen a un error, que fue quien animó a Tomás de Aquino a la redacción de su Summa contra Gentiles.

 Casi centenario, descansó de sus trabajos y se fue a gozar de la gloria que el Señor prometió a sus fieles seguidores, el 6 de enero de 1275.  A sus funerales asistió la familia real aragonesa y castellana, cardenales y obispos, y todo el pueblo de Barcelona, que admiraban la sabiduría de fray Raimundo y agradecían a Dios el don de su santidad. Fue enterrado en su convento de Barcelona.

La iniciativa para su canonización siguió inmediatamente a su muerte, pero las relaciones entre la corona aragonesa y el papado se enturbiaron desde 1282. Se intentó un segundo proceso en 1317, otro en 1349 pero de nuevo quedó en suspenso, de modo que no es hasta 1542 que se admite oficialmente el culto que ya se le tributaba en toda la Orden de Predicadores, comenzándose un nuevo proceso en 1587, siendo canonizado por Clemente VIII el 29 de abril de 1601, siendo la primera canonización realizada en la actual basílica vaticana de San Pedro.

Durante 500 años el Convento de Santa Catalina de Barcelona acogió los restos de san Raimundo en un magnífico sarcófago de piedra que tenía esculpida la vida del santo, pero en 1839 un incendio destruyó toda la Iglesia, aunque las reliquias pudieron ser salvadas y trasladadas a la Catedral de Barcelona donde aún hoy reposan en una capilla lateral.

Su fiesta se fijó el 7 de enero, pero fue trasladada para España al 23 de enero. Es el patrón de los abogados y de las facultades de derecho, y en España, en 1944, se instituyó la Orden de la Cruz de San Raimundo de Peñafort, para premiar los relevantes méritos contraídos por cuantos intervienen en la Administración de Justicia y en su cultivo y aplicación del estudio del Derecho en todas sus ramas, así como los servicios prestados sin nota desfavorable en las actividades jurídicas dependientes del Ministerio de Justicia.

Se ha dicho que Raimundo de Peñafort encarna lo que se entiende como el seny catalán, que es algo más que el sentido común, porque apunta hacia el buen criterio, el buen juicio. El obispo Torras i Bages lo calificó como el catalán más universal. Por su sabiduría y prudencia se convirtió en consejero de los grandes personajes de su tiempo y mediador de multitud de conflictos. Hombre religioso, servicial y entregado, no olvidó nunca a los más pobres, y así mismo encarnó el gran espíritu de estudio para la predicación que Domingo quiso para sus frailes, especializándose en el mundo del derecho.

No hubo grandes milagros ni grandes gestos en sus días que impresionaran a sus contemporáneos, pero por su piedad y su prudencia, su consejo y su disponibilidad, ganó fama de santidad en vida entre todas las gentes.

El más llamativo de los milagros que tras su muerte empezaron a atribuírsele, y que ha quedado en la leyenda del santo, es el del relato que le atribuye el cruzar el mar de Barcelona a Mallorca sin más nave ni vela que la capa de su hábito y el bordón de predicador itinerante.

Vicente Niño Orti

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