Quiero comenzar con una rotunda afirmación: hay futuro para los monasterios. Hay futuro para la vida contemplativa dominicana. Tengo esperanza porque este estilo de vida, en la oración y el silencio, en la alegría y la fraternidad, es un bien indispensable para la Iglesia y para nuestro mundo. Es un bien escaso, sobre todo ahora, en muchos lugares, pero estoy convencido de que hay futuro. El optimismo depende de nosotros, la esperanza está puesta en Dios. Creo que hay futuro por la misión de las monjas. Las monjas en sus monasterios nos muestran al Señor, nuestro Salvador Jesucristo, que, por la fe, es camino, verdad y vida. Es creador y redentor de la humanidad, y ofrece con esto un sentido y una finalidad a nuestra existencia. Los monasterios son no solo escuelas de humanismo y de santidad, sino lugares que nos gritan la llegada del Reino para este mundo hambriento de trascendencia y esperanza. La realidad de las monjas y de los monasterios es diversa en las distintas Federaciones de la Orden en el mundo, pero se percibe el deseo de fidelidad al Evangelio y a su misión en la Iglesia y la Orden.
Los tres grandes retos que considero hoy podrían ser los más importantes en los monasterios de la Orden, y son:
- Renovar constantemente en la comunidad la riqueza y belleza intrínseca de la vida contemplativa dominicana;
- Fortalecer a todas y cada una de las monjas para generar comunidades más fraternas;
- Concientizar sobre la verdadera autonomía de los monasterios, entendiendo que la vida contemplativa dominicana exige un número de monjas y una calidad de vida según el ideal dominicano y las luces de la Iglesia.
Entonces quiero presentar tres breves reflexiones sobre estos puntos.
- El Papa Francisco dice: “A lo largo de los siglos, la experiencia de estas hermanas, centradas en el Señor como primer y único amor, ha engendrado copiosos frutos de santidad. ¡Cuánta eficacia apostólica se irradia de los monasterios por la oración y la ofrenda! ¡Cuánto gozo y profecía grita al mundo el silencio de los claustros! ¿Qué sería de la Iglesia sin ustedes y sin cuantos viven en las periferias de lo humano y actúan en la vanguardia de la evangelización? La Iglesia aprecia mucho su vida dedicada totalmente a Dios”. Es verdad, los monasterios son faros y antorchas que irradian gracia y santidad para el camino de la humanidad. Las monjas están ahí para mostrar la belleza de la alabanza a Dios. Si, como dice santo Tomás, la belleza es verdaderamente la revelación del bien y de la verdad, su lugar, en la primera línea de la Iglesia, es imprescindible. El mundo necesita descubrir la belleza de la gracia divina que ustedes pueden mostrar con su vida personal y comunitaria para que haya paz, verdad y caridad en nuestra tierra. Las monjas pasan cada día horas en la oración, en la adoración y en la celebración litúrgica. Pasan horas conviviendo en el silencio o en el trabajo o en su recreación. La Eucaristía y la oración que llenan su vida, la viven y preparan con sumo cuidado y atención para extraer de ella toda su riqueza. Su oración de intercesión es muy buscada por el pueblo de Dios que les confía sus problemas, necesidades y angustias. Muchos sacerdotes, religiosas y laicos buscan pasar un fin de semana o un retiro en sus hospederías, buscan alguna palabra de ellas que les dé luz en sus vidas, buscan el silencio que no encuentran afuera en el mundo, buscan recogimiento y soledad para encontrarse con Dios. ¡Cuánta eficacia apostólica no nace y se fragua en los monasterios!
- Sabemos que la vida fraterna o en comunidad o “koinonía” tiene su origen y raíz en el misterio trinitario, tiene un origen teologal. La vida común es una bendición y un desafío. Es una gracia maravillosa, como participación en la vida divina, y es al mismo tiempo una exigencia terrible, como participación en la construcción de la comunidad humana. Su finalidad no es otra que la de vivir el precepto fundamental del Evangelio: la caridad, el amor a Dios y al prójimo. La comunidad es un espacio de crecimiento, de perdón y reconciliación. Lugar teológico de descubrimiento de Jesús. Dice Fr. J. M. R. Tillard, OP, que la koinonía, que es la fraternidad entre aquellos reunidos en vida religiosa, es tan importante que si no la hay, no hay Iglesia. “La koinonía es la carne del ser cristiano. Estar juntos no basta, la hermana que no saluda o sonríe o no habla con la que tiene junto, no vive la koinonía, no está en gracia. Y cuando se viola la koinonía se produce una infidelidad más grave que a un mandamiento. Cuando se compromete o falta la koinonía se atenta contra la eucaristía, porque ésta crea unidad por el Espíritu, la koinonía es un efecto o fruto del Espíritu”. La vida fraterna en comunidad en los monasterios es un canto de amor por la vida verdadera e irradiación de paz y fraternidad como testimonio para el mundo.
- Los monasterios deben ser autónomos, es decir, deben ser capaces de gestionar la vida en todas sus dimensiones; garantizar que las monjas se beneficien de una vida contemplativa plenamente dominicana con tiempos de oración y de silencio, con capacidad de sustento, un coro con al menos diez o doce monjas, con la posibilidad de atraer y formar jóvenes, de cuidar a las más ancianas, con personalidad jurídica pública y bienes eclesiásticos. En estos tiempos, como hemos dicho, hay escasez vocacional, hay monjas envejecidas y enfermas. Pero también se aprecia, en algunos casos, no sólo cuando el número de monjas disminuye y ya no se puede gestionar la vida, que hay un apego a los bienes materiales, a perder el mando y la decisión. Hay miedo de perder lo propio, hay mucho miedo del cambio y de dejar los bienes, hay miedo de escuchar las voces que les invitan a juntar los monasterios debilitados de hermanas a través de la afiliación y fusión, aunque signifique una valiosa mejora, no solo en número, sino en calidad de vida. Hay esperanzas inciertas en las vocaciones, que podrían llegar, pero la realidad es que no están llegando las que se desearían. Ha habido monasterios que han tenido el valor y el coraje de unirse a otro, no exentos de dolor y lágrimas, han tenido el coraje de buscar esa calidad de vida, sobre todo pensando en las jóvenes, para que sepan lo que es un Capítulo y lo que es un Consejo, cómo puede darse la rotación de oficios, lo que es un coro digno en número, con una liturgia bella y armoniosa. Santo Domingo pidió a las monjas de Prulla que fueran a Roma “para enseñar la Orden” a las hermanas de San Sixto. Y después envió a cuatro monjas de San Sixto a Bolonia para lo mismo. Las envió para fortalecer los monasterios. Esto se puede llamar colaboración, comunión, sinodalidad, corresponsabilidad, pertenencia a una Federación, donde los monasterios se preocupan los unos de los otros, e incluso de los más alejados. Nuestro Padre Domingo tenía claro que en su Orden, a todos los niveles, es necesaria la itinerancia y movilidad, la ayuda y colaboración, para que en el futuro la vida religiosa dominicana sea auténtica y perdure.
Creo que esto sólo podrá cambiar para mejorar si se trabaja tanto a nivel personal como comunitario. La Orden insiste en el tema no sólo para las monjas, sino también para los frailes y hermanas de vida activa; la Federación de los monasterios con su Presidenta y Consejo, ayudando en la reflexión y concientización; los monasterios, hablando del tema en los Capítulos y Consejos y diversas reuniones, con un trabajo de discernimiento comunitario serio y a la luz del Evangelio y de las necesidades de la Iglesia en este tercer milenio; y cada monja, para que mire la realidad con sinceridad y con profundo espíritu dominicano. Siempre también, y a todos los niveles, con oración, contemplación y la lucidez fruto del Espíritu Santo.
Santa Sabina, Roma, octubre de 2024
Fr. Fernando García, OP
Promotor General de las Monjas