Homilía del Mons. David Martínez de Aguirre Guinea

Homilía del 31 de Julio 2022
XVIII Domingo del Tiempo Ordinario
Querétaro

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy la Palabra de Dios nos recuerda que las personas no crecemos espiritualmente sino en la medida que somos capaces de salir de nosotros mismos y regalarnos a los demás. Nuestra vida depende de Dios y debemos atesorar para Dios. La mejor manera salvar la vida es regalándola a Dios, que es lo mismo que regalarla a los demás. En cambio, guardándola para sí, atesorando para el propio confort, es el mejor modo de perderla.

La primera lectura del sabio Qohelet muestra un pensamiento que está bien arraigado en nuestras sociedades de bienestar. Encierra una verdad, es vanidad superlativa el pretender acopiar ilimitadamente. No tiene ningún sentido hacerlo, ya que nuestra vida es limitada. De nada nos servirá tanto afán, angustia y sacrificio, mejor sería pues no afanarse tanto, y dedicar más tiempo al disfrute. Pero este pensamiento precisa la corrección del Evangelio de Jesús que nos señala que el problema no es tanto si acopiamos mucho o poco, sino en caer en la tentación de atesorar riquezas para uno mismo, en vez de pensar en ser rico para Dios.

Somos imagen y semejanza de un Dios que es desborde absoluto, que en esencia es don de sí y regalo para la humanidad: el Padre se desborda a sí mismo en la propia obra de la Creación; el Hijo que se entrega sin medida en su vida, pasión y Cruz; el Espíritu Santo que se desparrama en Pentecostés y sigue desbordándose en la vida de la Iglesia. En nuestro ADN está presente esta semilla divina de desborde, de entrega generosa y gratuidad. Debemos de conectar con esta vocación inscrita en nosotros que nos mueve a hacer de nuestra existencia una ofrenda generosa y gratuita a los demás. Acumular vida para Dios no es otra cosa que regalar vida a los demás. Y más todavía si la vida que regalamos es el mismo Cristo.

La Palabra de Dios nos presenta la imagen del hombre rico quien habiendo logrado una cosecha desmesurada e inesperada, reacciona destruyendo sus graneros y construyendo otro mayor para acumular. Podía haber pensado en repartir el don recibido de la Provindencia con los más pobres, podría haber pensado infinidad de posibilidades. Pero su autoreferencialidad, su egocentrismo, le imposibilitó un accionar más solidario, fraterno y humano. Muy probablemente Jesús contó esta parábola inspirado en la realidad que constataba día a día en Galilea, en la que unos pocos acumulaban exageradamente, indolentes ante el sufrimiento de quienes no contaban con lo necesario para vivir. El juicio de Jesús es contundente: “necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”.

Pienso en nuestro mundo de hoy, donde unos pocos se muestran indolentes ante la realidad de tantas personas que carecen de lo fundamental para su existencia. Acumulando desmedidamente, privan a otros de la vida. Morirán sin haber vivido, es decir, sin haber gozado de la Vida plena.

Y pienso también en nuestro Capítulo General, en la vida de la Orden y la misión cristiana que de nuestro Padre Santo Domingo hemos heredado. ¿No somos también susceptibles de caer en la indolencia y necedad, viéndonos privados de la Vida plena, tentados de atesorar para nosotros mismos, en vez de hacer de nuestra vida y vocación una entrega generosa para los demás?

La vocación de nuestro padre Santo Domingo no fue indolente. Todo lo contrario. Se forjó en el sufrimiento de la hambruna de Palencia, que no le dejó impasible. Se consolidó más todavía al experimentar la pobreza espiritual en la que vivían tantas personas, la confusión y el despiste de una Iglesia autoreferencial, que se miraba a sí misma despreocupada del abandono en el que estaban tantas personas.

Hemos comenzado nuestro capítulo descubriendo un mundo convulso y fragmentado al que queremos esperanzar con nuestra predicación de la Palabra. ¿Qué conclusiones sacaremos de nuestro Capítulo? ¿Caeremos en la tentación de acumular la gracia que Dios ha derramado en nuestros corazones, acumulándola en nuestros “conventos granero”, buscando un confort material, intelectual o incluso espiritual, o por el contrario, recordando aquello de que “el trigo amontonado se pudre” saldremos a la misión a colmar el deseo de Dios de tantas personas, familias y comunidades y llenar sus vidas de la buena noticia de Cristo que es esperanza?

Permítanme que termine esta sencilla reflexión con otro personaje del Evangelio de San Juan que suele pasar desapercibido, pero que yo le tengo un cariño especial. Se trata de aquel muchacho que tenía 5 panecillos y dos peces. Me lo imagino fascinado escuchando las palabras de Jesús, con su hermanito pequeño de la mano. En su zurrón, sus cinco pancitos y dos peces, que eran lo poquito que tenía para él y su hermanito. Sin embargo, entusiasmado con Jesús y confiando plenamente en que Él haría el milagro, ofrendó lo que tenía. Imagino su alegría y satisfacción cuando comprobó el milagro de Jesús y vio que su ofrenda bendecida alcanzó para todos y desbordó las expectativas. Es la contraposición del hombre rico que acumuló para sí. Este jovencito supo atesorar y ofrecerlo a Dios.

Ojalá que cada uno de nosotros ansiemos vivir la experiencia de este jovencito, y poniendo a los pies de Jesús lo poco o mucho que de su gracia hemos recibido, confiemos en que Él hará el milagro. Dios quiera que Santo Domingo nuestro Padre y la Virgen del Rosario les iluminen a todos Uds. hermanos capitulares para que la Orden no salga de Tultenango acumulando para sí, sino regalándose generosamente a nuestro mundo convulso y fragmentado, es decir, atesorando para Dios.

Mons. David Martínez de Aguirre Guinea

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