Roma, 15 de Marzo de 2020
El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?
Salmo 27:1,5
El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?(…)
Él me dará cobijo en su cabaña en día de desdicha; me esconderá en lo oculto de su tienda.
Queridos hermanos y hermanas de la Familia Dominicana,
Como sabéis, después de China, Italia está sufriendo gravemente debido al covid-19. Algunos miembros de la familia dominicana del norte del país han contraído el virus. Sigamos rezando por todos los enfermos, por los que los cuidan, por los que hacen lo posible por encontrar maneras de superar la pandemia y sus efectos adversos.
Junto con los hermanos y hermanas de Santa Sabina, quiero ofrecer palabras de solidaridad como un gesto de nuestra cercanía mutua en este momento en que el bien común requiere “distanciamiento social”. Nuestra misión es construir la comunión y, sin embargo, en este tiempo de crisis, parece que nos rendimos al aislamiento. Por paradójico que parezca, mantener la distancia entre nosotros significa que realmente nos preocupamos los unos por los otros, porque queremos detener la transmisión del nuevo coronavirus que se ha cobrado la vida de muchos y ha puesto en peligro la vida y el sustento de innumerables personas en todo el mundo. Nos mantenemos a distancia no porque veamos a nuestro hermano o hermana como un portador potencial del virus, o porque tengamos miedo de enfermar, sino porque queremos ayudar a romper la cadena de transmisión viral. Cuando el sistema sanitario se sobrecargue, como ocurrió en el norte de Italia, los que nos proporcionan asistencia sanitaria se verán obligados a tomar decisiones éticas difíciles: ¿se dará prioridad a un paciente más joven y, por tanto, con una mayor esperanza de vida, que a uno de mayor edad? Esperamos y rezamos para evitar que eso suceda en cualquier lugar haciendo lo que podamos para evitar una mayor transmisión tóxica. Aquí en Italia, como en otros países, nos resulta doloroso no celebrar públicamente la Eucaristía, el sacramento de la comunión, en el momento en el que la gente más lo necesita por causa del aislamiento. Y sin embargo tenemos que soportar este sufrimiento en el espíritu de la solidaridad y la comunión humanas, porque “si una parte del cuerpo sufre, todas las partes sufren con ella” (I Cor. 12,26).
En este tiempo de cuarentena en Cuaresma, estamos invitados a detenernos y reflexionar sobre la cercanía de Dios con nosotros. Cuando se suspende el culto público por el bienestar de los adoradores, nos damos cuenta de la importancia de la comunión espiritual. En estos lugares es como si la gente experimentara un prolongado “Sábado Santo”, cuando la Iglesia “se abstiene de la celebración de la Eucaristía” meditando sobre la pasión del Señor y esperando su resurrección (Paschale Solemnitatis, 73-75).
De manera experiencial, se nos recuerda el hambre de Eucaristía de nuestros hermanos y hermanas de zonas remotas que solo pueden participar en la misa una o dos veces al año. Ahora, más que nunca, necesitamos encontrar maneras de romper el aislamiento, de predicar el Evangelio del amor y de la comunión, incluso en el “continente digital” (ACG Biên Hòa 2019, 135-138). Necesitamos recordar a nuestra gente que Jesús permanece cerca de nosotros incluso cuando tenemos hambre del Pan de Vida.
Permitidme que os recuerde lo que sabemos en lo profundo de nuestros corazones. Si queremos difundir el Evangelio, debemos estar con la gente, estar cerca de ellos. Debemos cruzar las fronteras lingüísticas, culturales e incluso ideológicas para difundir la Palabra de Dios. Por el contrario, si queremos detener la propagación de algo malo como el coronavirus, debemos mantener la distancia, debemos abstenernos del encuentro personal porque cualquier encuentro cercano tiene el potencial de propagar el contagio.
La pandemia actual muestra claramente que, para que algo circule, la cercanía y el encuentro personal son necesarios. Cuando esta crisis termine, no olvidemos la lección: si queremos que el Evangelio circule en nuestro mundo secularizado, se necesitan la misma cercanía y el mismo encuentro personal. Espero y rezo para que nuestros centros de estudios, parroquias y otros centros apostólicos continúen siendo como un “aeropuerto”, es decir, un centro donde la gente profundice su conocimiento y su fe para que también puedan “contagiar” positivamente a todos con la alegría contagiosa del Evangelio.
Seguimos rezando por los enfermos y por los que los cuidan. Incluso en nuestra soledad, Dios está cerca de nosotros, y nunca estamos solos porque todos pertenecemos al Cuerpo de Cristo.
Tu hermano,
fr. Gerard Francisco P. Timoner III, O.P.
Maestro de la Orden