Homilía de fr. Elvis Appia K, OP

Del jueves, 4 de agosto de 2022
Jr 31, 31-34; Sal 51; Mt 16, 13-23

La página del evangelio que propone la liturgia de hoy a nuestra meditación nos presenta un punto clave en la composición del evangelio de Mateo. En efecto, después del asesinato de Juan Bautista podemos darnos cuenta de que Jesús había abandonado Galilea. Trataba de evitar las multitudes para poder dedicarse enteramente a sus apóstoles, a los que iba a desvelar todo el misterio de su pasión.

Queridos hermanos y hermanas, ¿no podríamos establecer aquí una cierta lógica entre la muerte de Juan Bautista y el desvelamiento mismo del misterio de la pasión de Jesús cuando éste decidió abandonar Galilea? Me parece que la muerte de Juan Bautista podría comprenderse como una voluntad de los poderosos de este mundo para poder asfixiar la verdad que les molesta, negando justamente la justicia proclamada.

Si Jesús pone en el centro de su predicación la idea del Mesías sufriente, que será humillado en una muerte ignominiosa, es precisamente porque hay una relación entre la pareja verdad/justicia y la identidad misma del Mesías. Una identidad unida a su misión de enviado del Padre y de salvador de los hombres que somos.

Por decirlo así, Jesús quiere asegurarse de que los que eligieron seguirle de cerca están a punto de descubrir su verdadera identidad. La gente puede equivocarse por lo que se refiere a él, pero no aquellos que el Padre le ha dado. Éstos deben saber quién es y ser conducidos por el buen camino. Entonces plantea a sus apóstoles esa cuestión tan personal:”Para vosotros ¿quién soy yo?”Y Pedro responde en nombre de los doce: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”, dice. Es evidente que esta respuesta de Pedro sólo la comprendió él mismo y los demás apóstoles después de la resurrección de Cristo.

Queridos hermanos y hermanas, designar a Jesús como el Mesías, el hijo del Dios vivo es reconocer que está lleno de gracia y de Verdad, como lo subraya por otra parte el prólogo de san Juan. Es también el sol de Justicia, como lo designó el evangelista san Lucas en su nacimiento.

Designar a Jesús, nuestro Cristo, como sol de Justicia en nuestra sensibilidad africana es precisamente reconocer que con el nacimiento de este niño se anuncian días de justicia en nuestra vida. En el fondo, es el advenimiento de la justicia el que ha tenido lugar en nuestro mundo. Si la muerte de Juan Bautista fue una tentativa de asfixiar la verdad y

negar la justicia, el anuncio de la pasión del Mesías será por su parte el anuncio de la plena manifestación de la Verdad de Dios y de su Justicia.

Para nosotros, predicadores de la verdad y la justicia en este siglo 21, la figura de Juan Bautista y la suerte que padeció podrían recordarnos sin duda nuestra vocación y el peligro unido a esta vocación que nos compromete. Nos corresponde predicar, con la palabra y toda nuestra vida, el Evangelio de la verdad y la justicia en un mundo delicuescente, un mundo cada vez más hostil a la verdad. Ustedes saben como yo que tenemos esta dura tarea de inventar, como en otro tiempo nuestro Padre Domingo y sus compañeros, unas cuantas maneras de predicar la salvación de Dios a todas las mujeres y hombres de nuestro tiempo. Tenemos este deber porque, comprometidos en la casa de nuestro Padre Domingo y siguiendo a Jesucristo, debemos trabajar para integrar la verdad de Dios y su amor en lo más profundo de los corazones de nuestros contemporáneos.

Como dice el mismo Señor en la primera lectura, necesitamos predicar de tal manera que Cristo pueda, a través de nosotros, inscribir la ley de la salvación en los corazones. De esa manera el Señor será nuestro Dios y nosotros seremos verdaderamente su pueblo. Por nosotros y a través de nuestra predicación Cristo tiene que poder edificar su Iglesia, no la Iglesia institución, sino la edificación del cuerpo de Cristo que es el pueblo de Dios, la familia de Dios. Y entonces, cuando se hagan sentir toda suerte de amenazas, no tendremos que abandonarlo ni tendremos que responder a la pregunta: “¿También vosotros queréis marcharos?”

Como Pedro y de cara a las amenazas, la angustia y toda suerte de dudas relacionadas con nuestra vocación de predicadores, tendremos ocasión de reafirmar nuestra convicción, nuestra vinculación indefectible con Cristo; “¿A quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 67).

Mis queridos hermanos y hermanas, es bueno recordarlo todavía. Jesús es el constructor de la Iglesia, aunque haya dicho a Pedro: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. La autoridad que se le confiere no es otra que la del servicio y nada más. Y en cuanto a los otros apóstoles, reciben las llaves del Reino a fin de abrir sus puertas a todos. El papel de Pedro será también el de ser un símbolo de unidad en la Iglesia. Nosotros, como predicadores, ¿sabremos ser expresión de ese simbolismo, de la unidad de la Iglesia? ¿Sabremos, como servidores, hacernos eco de la Palabra de gracia? Por mi parte, creo que siempre se nos da ocasión para resituarnos en relación a la fuente de nuestra vocación de predicadores en la Iglesia y para la Iglesia. Puesto que esto es así, que el mismo Señor nos ayude para su mayor gloria y para la salvación de nuestro mundo. Amén.

Fr. Elvis Appia K., OP

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