La Eucaristía, fuente y paradigma de la sinodalidad

08 de Octubre de 2024
Prot. 50/24/443 MO letters to the Order

Queridos hermanos y hermanas:

Mientras transcurre la Segunda Sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, con la participación y asistencia de algunos de nuestros hermanos y hermanas, oremos para que el Espíritu Santo, respirando en y a través del Sínodo, siga acompañando a todo el Pueblo de Dios en esta peregrinación de fe y de vida. Acompañemos al Sínodo con nuestras oraciones.

¡Hace falta un predicador dominico para explicar a un Papa jesuita!1 Este fue el titular del artículo de la revista “America” después de que nuestro hermano Timothy Radcliffe dirigiera un retiro de tres días para los participantes en el sínodo.

El Papa Francisco, en su carta a la Orden Praedicator Gratiae, en el contexto de la celebración del 8º centenario del dies natalis de Santo Domingo, reconoció que “el celo de Santo Domingo por el Evangelio y su deseo de una vida auténticamente apostólica le llevaron a subrayar la importancia de la vida en común… Este ideal de fraternidad encontraría su expresión en una forma inclusiva de gobierno, en la que todos participaran el proceso de discernimiento y toma de decisiones, de acuerdo con sus respectivas funciones y autoridades, a través del sistema de capítulos a todos los niveles. Este proceso “sinodal” permitió a la Orden adaptar su vida y su misión a los cambiantes contextos históricos, manteniendo al mismo tiempo la comunión fraterna. El testimonio de la fraternidad evangélica, como testimonio profético del plan último de Dios en Cristo para la reconciliación y la unidad de toda la familia humana, sigue siendo un elemento fundamental del carisma dominicano y un pilar del esfuerzo de la Orden por promover la renovación de la vida cristiana y difundir el Evangelio en nuestro tiempo” (PG, 6).

Recordemos que el objetivo de un sínodo, especialmente del Sínodo de los Obispos, es profundizar y fortalecer la comunión2en la Iglesia. Se puede discernir claramente la importancia de la espiritualidad eucarística para una Iglesia sinodal, porque la gracia (res tantum) de la Eucaristía es la comunión con Dios y con los demás.3Así, podemos decir que la naturaleza sinodal de la Iglesia se realiza y expresa ordinariamente en la Eucaristía, “fuente y culmen de la vida cristiana”4Este es el sencillo nexo que espero explorar en esta carta e invitaros a reflexionar, mientras acompañamos con nuestras oraciones el sínodo en curso.

Sinodalidad: “Caminar juntos hacia la comunión”

La sinodalidad es el modus vivendi et operandi de la Iglesia,5es nuestro modo de discernir la voluntad de Dios para el bien de la Iglesia, en su peregrinación a través de la historia y del progreso de los pueblos en todas las culturas. La sinodalidad es una característica de una Iglesia peregrina que se mueve en comunión hacia el Padre, en fidelidad a Cristo, bajo la guía del Espíritu Santo. Ignacio de Antioquía, en su carta a los cristianos de Éfeso, dice que los miembros de la Iglesia son σύνοδοι, “compañeros de camino“, en virtud de la dignidad del bautismo y de su amistad con Cristo.6 Parece útil, en este momento, distinguir entre:

  1. espíritu sinodal” (“sinodalidad afectiva“), es decir, un ethos global que anima la comunión eclesial en todo momento; se manifiesta de manera ordinaria, pero profunda, en la asamblea eucarística.
  2. momentos sinodales“, “acontecimientos sinodales” (“sinodalidad efectiva“) o la manifestación concreta de dicho espíritu cuando una comunidad eclesial (parroquia, congregación religiosa, Iglesia local o universal) es convocada por la autoridad legítima (párroco, superior, obispo, Papa) para decidir sobre cuestiones polémicas (por ej., herejías en los primeros siglos) o para discernir juntos lo que es bueno para la comunidad (renovación, etc.); y después para que la autoridad legítima (superior religioso, concilio, obispo, Papa) tome decisiones para el bien común. El objetivo de estas reuniones es reforzar la comunión.7 Ejemplos de momentos sinodales son: un capítulo religioso, un consejo pastoral parroquial, un sínodo diocesano, un sínodo de obispos, un consejo ecuménico, etc. Y, profunda y fundamentalmente, la familia como ecclesia domestica es también radicalmente “momento sinodal”.

Discernimiento y decisión eclesial

Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros8(Hch. 15:28). Este fue un momento extraordinario en la historia de la Iglesia. Enfrentada a la discordia y la división, la Iglesia tomó una decisión de una manera sin precedentes. Santiago, líder de la comunidad de Jerusalén, pronunció esta audaz sentencia, primer resultado de un arduo discernimiento comunitario de una Iglesia naciente, junto con los apóstoles Pedro y Pablo, bajo la guía del Espíritu Santo.

Antes de este momento crucial, los apóstoles, bajo el liderazgo de Pedro, echaron suertes como el Sumo Sacerdote hebreo de antaño, con el fin de adivinar, para determinar quién ocuparía el lugar de Judas Iscariote. Tenían criterios claros sobre a quién elegir: “es necesario que uno que nos acompañó todo el tiempo mientras el Señor Jesús vino y anduvo entre nosotros, comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que nos fue arrebatado, se convierta con nosotros en testigo de su resurrección” (Hch. 1,21-22). Rezaron pidiendo orientación, pero cuando llegó el momento de elegir entre José y Matías, recurrieron al sorteo. Así pues, la decisión tomada no fue resultado de un proceso interno de discernimiento comunitario, sino de un acto impersonal y externo de adivinación de la voluntad de Dios, similar al utilizado en el Antiguo Testamento: “y [Aarón] echará suertes para ver cuál de los dos debe ser del Señor y cuál de Azazel” (Lev. 16:8).9 Dios sigue siendo trascendente e invisible, y su voluntad se da a conocer a través de un objeto inanimado, aislado, por así decirlo, de la posibilidad de manipulación humana y de error en el juicio.

En el cumplimiento de los deberes del Maestro de la Orden, ¡cómo me gustaría librarme de tomar decisiones difíciles; ojalá nuestra constitución permitiera el “sorteo” como forma legítima de tomar decisiones! Pero la elección de Matías es el último sorteo que vemos en el Nuevo Testamento. Después de Pentecostés, la toma de decisiones cambió radicalmente debido a la presencia inmanente del Espíritu Santo, que asume un “papel activo” en la vida de la Iglesia. Por esta razón, los Hechos de los Apóstoles son llamados por muchos biblistas “Hechos del Espíritu Santo”. En el llamado Concilio de Jerusalén, Santiago, jefe de la comunidad de Jerusalén, pronunció su juicio: “Porque al Espíritu Santo y a nosotros nos ha parecido bien no imponeros mayor carga que estas cosas esenciales” (Hch. 15,28). Una decisión importante ya no se toma por una adivinación externa de la voluntad de Dios, sino por un proceso comunitario de diálogo intenso y discernimiento paciente bajo la guía del Espíritu Santo para determinar lo que es verdaderamente bueno para la comunidad. Porque el “Espíritu de la verdad que guía a toda la verdad” (Jn. 16:13) ahora “habita en ellos” (1 Cor. 3:16). Después de Pentecostés, la “manera apostólica” de tomar decisiones, “en presencia del Señor”, es el discernimiento comunitario. La comunicación de la decisión a las comunidades mediante una carta y, a continuación, la elección y el envío de delegados que acompañen la recepción de la carta por las comunidades forman parte integrante de todo el proceso de toma y aplicación de una decisión comunitaria (Hch. 15, 22-32).

Espiritualidad Eucarística y Sinodalidad

El relato de los dos discípulos de Emaús presenta elementos que pueden ayudarnos a crecer en la vida sinodal en la Iglesia. Los dos caminaban juntos (synodoi), tal como Jesús dijo a los que había enviado a predicar el Reino. Sin embargo, se alejaban de Jerusalén, la comunidad de los apóstoles, porque habían perdido la esperanza: “esperábamos que fuera él quien redimiera a Israel”. Entonces Jesús caminó con ellos, les explicó las Escrituras y partió el pan. La escucha de la Palabra les abrió la mente y la fracción del pan les devolvió la esperanza.

La Iglesia, comunión de los bautizados, hace real y presente su naturaleza sinodal en la celebración de la Eucaristía, celebración de su comunión con Dios y entre sí. La Eucaristía es verdaderamente alimento via te cum, alimento para el pueblo peregrino de Dios, asamblea eucarística que busca crecer en una comprensión más profunda de la fe y en un mayor amor al Señor: “Cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: “se les abrieron los ojos y lo reconocieron” (Lc. 24, 31).10 Así, podemos decir que la naturaleza sinodal de la Iglesia se realiza y expresa ordinariamente en la Eucaristía, “fuente y culmen de la vida cristiana”11.

La asamblea eucarística (synaxis) es la expresión y actualización más básica, y por tanto más universal, de la vida sinodal. En ella encontramos elementos que fomentan el affectus synodalis. Así pues, los aspectos sobresalientes de la espiritualidad eucarística deben impregnar las diversas expresiones de la vida sinodal.

Reunidos en el nombre de la Trinidad. La Eucaristía comienza con la señal de la cruz y la invocación de la Trinidad. Una reunión que se convoca en nombre de Dios significa que sus actos se realizan en Su Nombre. En un sentido profundo, la Iglesia se convierte en sacramento de Cristo, pues se hace portadora de su Presencia: “Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18, 20). Así pues, cuando surgen divisiones o se manifiestan líneas de fractura en una comunidad a causa de diferencias de convicción o persuasión, entonces es el momento de hacer una pausa y considerar concienzudamente si la adhesión a tales convicciones divisorias se hace verdaderamente en nombre de Dios y revela la presencia de Cristo en medio de ellos.

Reconciliación. La reunión convocada en nombre de la Trinidad favorece la comunión mediante un acto de reconciliación con Dios (reconciliación vertical) y entre los hombres (reconciliación horizontal). La confessio peccati celebra el amor misericordioso de Dios y expresa el deseo de no permitir que la tendencia divisoria del pecado se interponga en el camino de la unidad: “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda en el altar, vete primero a reconciliarte con tu hermano y luego ven a ofrecer tu ofrenda” (Mt. 5, 23-24). En su homilía de apertura del Sínodo de los Obispos de 2012, el Papa Benedicto indicó que el mejor camino para la nueva evangelización es la reconciliación.12El mejor camino para sanar las relaciones fracturadas y los corazones rotos es la reconciliación. Jesús nos dice: si ofreces tu ofrenda al altar y te das cuenta de que tienes algo contra tu hermano o hermana, deja tu ofrenda, reconcíliate primero, y luego vuelve a ofrecer tu ofrenda (Mt. 5:23-24). La Eucaristía es el sacramento de la comunión y de la unidad. No es extraño que comencemos su celebración con el rito penitencial, pidiendo perdón y reconciliación. Y justo antes de recibir la Sagrada Comunión, nos damos mutuamente el signo de la paz de Cristo. La res tantum, la gracia plena de la Eucaristía, se ve impedida si no estamos plenamente reconciliados.

La “reconciliación horizontal” se produce cuando las dos personas implicadas en un conflicto se humillan y deciden recorrer el camino de un futuro sanado, empoderadas por una memoria sanada.

Fr. Jim Campbell, OP, fue un estadounidense que sirvió en las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y participó en el bombardeo de Japón. Incluso después de ingresar en la Orden, se sintió atormentado por lo que hizo como soldado. Cuando conoció a un dominico japonés, Fr. Oshida, se acercó a él y le pidió perdón: “Fr. Oshida, bombardeé a su pueblo durante la guerra, he venido a disculparme”.  Fr. Oshida respondió: “Yo formaba parte de la unidad antiaérea japonesa; intentábamos derribarle, y también lo siento, ¡fallamos!”. Al darse cuenta de que Fr. Oshida se estaba inventando su historia, Fr. Campbell se echó a reír, ¡y se abrazaron!13 Fue liberador para Fr. Campbell, atormentado por su conciencia, darse cuenta de que, en cualquier conflicto, todos los implicados toman parte en el mismo mal, por lo que no podemos culpar únicamente ni a nosotros mismos ni a los demás.

Sin embargo, si la reconciliación no es posible porque la otra parte se ha ido, o ha muerto, o simplemente se niega a reconciliarse, hay que tomar el camino del perdón. Un santo dijo una vez: “El perdón transforma las circunstancias de pecado en ocasiones de gracia”14 Tenemos que darnos cuenta de que perdonar es tomar las riendas de nuestra tranquilidad y felicidad. No esperamos a que el ofensor se disculpe, de lo contrario ponemos nuestra paz mental en manos de quien nos ha hecho mal. ¿Y si el ofensor ya está muerto? ¿Significaría eso que ya no podríamos perdonar porque nunca se ofrecerán disculpas? Alguien dijo sabiamente:  “¡Perdonar es liberar a un prisionero, y darse cuenta de que ese prisionero eres tú!”.

La escucha atenta de Dios y de los demás. En la celebración eucarística, escuchamos la proclamación de la Palabra de Dios y su elucidación en la homilía. Esencialmente, la predicación de la Palabra de Dios es dialógica: para que la predicación transmita realmente el mensaje de Dios, el predicador y sus oyentes deben contemplar la Palabra de Dios; para que la predicación llegue al corazón del pueblo, el predicador debe escuchar atentamente las situaciones vitales de su pueblo. Esta estructura dialógica de la liturgia es un paradigma del diálogo en el discernimiento comunitario: antes de escucharnos unos a otros, debemos escuchar primero, en contemplación orante, la palabra de Dios, para poder discernir verdaderamente su voluntad para nuestra comunidad.

Uno de los milagros fascinantes que hizo Jesús fue la curación de un hombre que no podía hablar: primero “metió el dedo en la oreja del hombre, luego le tocó la lengua y le dijo ¡Ephphatha!, ¡Ábrete!”. (Mc. 7:31-37). Está claro que no podemos hablar si no hemos oído. De hecho, la mayoría de los mudos no pueden hablar no porque les falle la lengua, sino porque son sordos.

No se puede producir un sonido sin oírlo. Hace unos años, en la universidad de Santo Tomás de Manila, una fundación regaló audífonos a más de dos mil pacientes sordos. Fui testigo de cómo las caras inocentes de los niños sordos se iluminaban de asombro al entrar en el mundo del sonido. ¡Parece como si sintieran cosquillas al oír algo por primera vez! Luego se les enseña a producir sus primeras sílabas: “Ma-má, Pa-pá”. Su capacidad para pronunciar palabras depende en gran medida de su capacidad para escucharlas. No podrían hablar si no oyeran primero.

Todos los bautizados están llamados a ser predicadores de la Palabra de Dios,15a hablar, incluso en nombre de la Iglesia. Pero sólo se puede hablar en nombre de la Iglesia si antes se escucha en atenta obediencia la Palabra de Dios y lo que enseña la Iglesia. En efecto, ¿cómo hablar correctamente si no se ha escuchado correctamente? ¿Cómo se podría hablar de Dios si no se habla con Dios o no se le escucha en la oración y la contemplación?

La comunión. La gracia (res tantum) de la Eucaristía es la comunión con Dios y con los demás.16 “La Eucaristía crea comunión y fomenta la comunión”17El nacimiento de la Iglesia en Pentecostés es un acontecimiento en el que confluyeron personas que venían, literalmente, de caminos diferentes. La capacidad agraciada de esta ekklesia de abrazar la diversidad, de ser verdaderamente katholikos, ha llevado a muchos pueblos de “diferentes caminos y senderos de la vida” a una dirección singular, como hombres y mujeres que son conocidos en primer lugar como pertenecientes a El Camino, hodos (Hch. 9:2; 19:9, 23; 22:4; 24:14,22).18

El Rito de la Comunión comienza con el Padre Nuestro. Cuando Jesús nos enseña a llamar a Dios Padre, nos está enseñando no sólo cómo debemos relacionarnos con Dios como Padre, también nos está enseñando a tratarnos unos a otros como hermanos y hermanas. En su oración al Padre, Jesús nos revela su voluntad, que todos seamos uno, que estemos en comunión con la Trinidad y con toda la humanidad. El Evangelio de Juan presenta de manera concisa la misión de Jesús: “… porque Él ha venido a reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn. 11: 52). Vemos el cumplimiento gradual de la oración y misión de Jesús en su cuerpo místico, la Iglesia, desde su inicio. En los Hechos de los Apóstoles leemos que “la comunidad de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma” (4,32).

Nuestro hermano Tomás enseña que la Eucaristía tiene un triple significado que corresponde al pasado, al presente y al futuro. Con respecto al presente, la Eucaristía significa: “La unidad eclesiástica, en la que los hombres se agregan por medio de este Sacramento; y a este respecto se llama “Comunión” o Synaxis. Pues Damasceno dice (De Fide Orth. iv) que ‘se llama Comunión porque por ella nos comunicamos con Cristo, tanto porque participamos de su carne y Divinidad, como porque por ella nos comunicamos y nos unimos los unos a los otros’.19 Así, para Santo Tomás, la res tantum o la gracia de la Eucaristía es la comunión, la unidad eclesial. Podríamos decir, por tanto, con razón, que nuestra celebración de la Eucaristía, signo de la alianza entre Dios y el género humano, permanece, en cierto sentido, incompleta mientras los bautizados estemos divididos por el odio o separados unos de otros.20

Missa. Ite, missa est. La comunión está ordenada al envío, a la misión. Quien comulga se siente impulsado a compartir, a llevar a Jesús a los demás. Del mismo modo, la comunión sinodal está siempre orientada más allá de sí misma, hacia la misión, a predicar el Evangelio hasta los confines de la tierra (Hch. 1: 8), pues cómo podría ser verdaderamente sinodal si deja de estar “en camino”.

La unanimidad de corazón y mente de la primera comunidad de creyentes (Hch. 4: 32) es un ideal para toda la Iglesia. San Agustín especifica además tal unanimidad, “ser de un solo corazón y una sola mente en el camino hacia Dios”21. Para Agustín, la unidad de mente y corazón, es decir, la comunión, permanece estática, sin un telos explícito. Por eso añade: en camino hacia Dios. La sinodalidad, el estar juntos en camino, imprime movimiento y dinamismo a la noción de comunión. Cada “momento sinodal”, desde un pequeño capítulo comunitario hasta un Sínodo de Obispos o un Concilio Ecuménico, presenta una oportunidad de gracia para el crecimiento y el desarrollo. Cuando los miembros del sínodo se reúnen para discernir las respuestas a las preguntas que se plantea la Iglesia, se escuchan y aprenden unos de otros hasta llegar a un consenso. Cada conclusión de un sínodo es otro paso comunitario hacia la comunidad eclesial implicada.

Que nuestro recorrido juntos nos lleve a reconocer al Señor Resucitado que nos acompaña todo el camino, el Pan celestial que partimos y compartimos, el Amor siempre ardiente en nuestros corazones, explicando las Escrituras, y urgiéndonos a proclamar Lo que hemos visto, oído y tocado – la PALABRA de VIDA.

Vuestro hermano,

fr. Gerard Francisco Timoner III, OP
Maestro de la Orden


Algunas de las ideas de esta carta formaron parte de mi contribución al documento La sinodalidad en la vida y misión de la Iglesia (2018) de la Comisión Teológica Internacional.



  1. https://www.americamagazine.org/faith/2023/10/12/timothy-radcliffe-dominicans-synod-jesuits-246278 ↩︎
  2. Pablo VI, Apostolica Sollicitudo, II. ↩︎
  3. Tomás de Aquino, Summa Theologiae III, q. 73, a. 4, resp. ↩︎
  4. Lumen Gentium, 12. ↩︎
  5. Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y la misión de la Iglesia (2018) n.º 6. Véase también n. 3: “‘Sínodo’ es una palabra antigua y venerable en la Tradición de la Iglesia, cuyo significado se nutre de los temas más profundos de la Revelación. Compuesta por la preposición συν (con) y el sustantivo όδός (camino), indica la senda por la que camina unido el Pueblo de Dios. Igualmente, hace referencia al Señor Jesús, que se presenta como “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6), y al hecho de que los cristianos, sus seguidores, fueron llamados originalmente “seguidores del Camino” (cf. Hch 9,2; 19,9.23; 22,4; 24,14.22). El documento está disponible aquí. ↩︎
  6. Ignacio de Antioquía, Ad Ephesios IX, 2; Franz Xaver Funk (ed.), Patres apostolici I, Tubinga: H. Laupp, 1901, p. 220. ↩︎
  7. Pablo VI, Apostolica Sollicitudo, II, 1.b. Aunque el documento se refiere específicamente al Sínodo de los Obispos, el objetivo de una reunión sinodal sigue siendo el mismo en todos los niveles de una asamblea sinodal. ↩︎
  8. Aunque una traducción más literal es “Porque al Espíritu Santo y a nosotros nos ha parecido bien no imponeros mayor carga que estas cosas esenciales”, el texto griego transmite un discernimiento y una decisión de los apóstoles guiados por el Espíritu, que se traduce un poco a la ligera pero claramente como “hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros…”. ↩︎
  9. Esta práctica judía de echar suertes se hace “en presencia del Señor”; por ejemplo, Josué echó suertes cuando repartió las tierras a los israelitas (Jos 18,6.8.10). Es cierto que es el Señor, y no el azar ciego, quien decide: “En la bolsa se echa la suerte, pero del Señor viene toda decisión” (Proverbios 16:33). ↩︎
  10. Ecclesia de Eucharistia, 6 ↩︎
  11. Lumen Gentium, 12. ↩︎
  12. Benedicto XVI, Homilía, Liturgia de apertura, Sínodo de los Obispos 2012. ↩︎
  13. Timothy Radcliffe, Take the Plunge: Living Baptism and Confirmation (Londres: Bloomsbury, 2012) p. 129. ↩︎
  14. San Julián Eymard, Regla de vida, 9. ↩︎
  15. Benedicto XVI, Verbum Domini, 94. ↩︎
  16. Tomás de Aquino, Summa Theologiae III, q. 73, a. 4, resp. ↩︎
  17. Juan Pablo II, Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia, 40. ↩︎
  18. hē hodos es un nombre exclusivamente lucano para designar a los primeros cristianos como grupo. Véase Joseph Fitzmyer, SJ, “The Designation of Early Christians in Acts and their Significance” en To Advance the Gospel, 2nd edition, Grand Rapids: W.B. Eerdmans, 1998, pp. 320-321. ↩︎
  19. Tomás de Aquino, Summa Theologiae III, q. 73, a. 4, resp. ↩︎
  20. San Julián Eymard Regla de vida de la Congregación del Santísimo Sacramento, 38. ↩︎
  21. En algunas versiones de la Regla de San Agustín se lee: et sit vobis anima una et cor unum (Act 4, 32) in Deo. En esta versión, “in Deo” (ablativo) indica posición estática. Sin embargo, la Regula ad servos Dei (PL 32) utiliza “in Deum” (acusativo), que transmite movimiento, es decir, “hacia Dios o hacia Dios”. Propongo aquí, para la reflexión, la versión con sentido “dinámico”, es decir, “in Deum”, que San Agustín utilizó para explicar lo que significa “vivir en unidad”: Et quid est, in unum? Et erat illis, inquit, anima una et cor unum in Deum. (Enarrationes in Psalmos, 132,2, PL 36) y en su carta a las monjas escrita hacia 434, donde utilizó la misma expresión: Primum propter quod estis in unum congregatae, ut unanimes habitetis in domo, et sit vobis cor unum et anima una in Deum (Epistola 211, 5, PL 33; todos los textos latinos proceden de la edición de la Nuova Biblioteca Agostiniana).  Por esta razón, Van Bavel afirma que: “È caratteristico di Agostino aggiungere quasi sempre all’idea di “un cuor solo e un’anima sola, tratta degli Atti degli apostoli, la frase: “in cammino verso Dio” (Es típico de Agustín añadir casi siempre a la idea de “un solo corazón y un alma sola”, de los Hechos de los Apóstoles, la frase: “en camino hacia Dios”. Cf. Tarsicio Van Bavel OSA, La Regola di Agostino d’Ippona, Palermo: Edizioni Augustinus, 1986, p. 48. ↩︎
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