Tampoco haría destrucción, en gracia de los diez

Gen 18,20-32; Sal 137 (138); Col 2,12-14; Lc 11,1-13
Homilía del 24 julio 2022 de fr. Salvatore Di Fazio, OP.

“Tampoco haría destrucción, en gracia de los diez”. ¡Que el Señor encuentre entre nosotros al menos diez justos, si no, no llegaremos a la comida!
Pero, ¿quiénes son los justos que pueden impedir la destrucción de Sodoma?
El término justo indica simplemente a quien hace justicia; en el lenguaje bíblico, sin embargo, el justo es el santo, San José es justo (cf. Mt 1,19). Por supuesto, el justo por excelencia es Dios.

¿Somos justos nosotros?

San Pablo nos recuerda (cf. Rm 4) que Abraham fue considerado justo no por las obras, no por la circuncisión, de hecho, aún no estaba circuncidado, sino que fue hallado justo porque “creyó en Dios”, creyó en su misericordia, “creyó, firme en la esperanza contra toda esperanza”, creyó aunque todo parecía haber terminado.

Después de una semana de trabajo, podemos tener muchas razones justas para no ser optimistas respecto a la eficacia del trabajo que estamos realizando. De hecho, si analizamos algunas de las propuestas hechas hace tres años o incluso antes, nos damos cuenta de que se ha avanzado poco. El optimismo disminuye. ¿Por qué continuar con este trabajo si poco va a cambiar?
Me recuerda a la canción de Pink Floyd “Wish you were Here”: “Sólo somos dos almas perdidas nadando en una pecera. Año tras año. Recorriendo el mismo camino de siempre. ¿Qué hemos encontrado?, Los mismos temores de siempre. Me gustaría que estuvieras aquí”.
¡Ustedes son malos!

¿Todo está perdido? ¿Ya no hay un Abraham que nos defienda del juicio divino?

El Evangelio de Lucas nos ofrece la oración de nuestro Señor y una explicación: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, y no nos dejes caer en la tentación”.
Tal vez algunos planes no se hayan realizado por culpa de los que nos precedieron, pero es nuestro deber ser misericordiosos con los que nos precedieron si deseamos la misma misericordia para los errores que cometeremos. En la misma oración debemos pedir al Padre que nos preserve de la tentación de la desesperación.

El desesperado es el que ya no espera el bien deseado por un excesivo desánimo (cf. STh II-II,20,4), es un perfecto optimista que quería conseguirlo todo con sus propias manos; en definitiva, es un engreído. La perspectiva de Cristo es diferente: pedid al Padre el Espíritu Santo y Él os llegará.

No todo depende de nuestras propias fuerzas y no todo se realiza en el momento que deseamos, como nos recordaba ayer nuestro hermano Óscar, sino que es el Espíritu Santo el que nos da la íntima certeza de que el plan de Dios se realiza siempre, se realiza en el tiempo que él desea y de la manera que él decide. Y esto es lo que nos transforma de optimistas románticos en realistas esperanzados y confiados. No confiamos en nuestras propias fuerzas, sino en el Señor de la historia.

¿Qué nos corresponde entonces? Nos corresponde rezar a nuestro intercesor Jesucristo, que está ante el rostro del Padre, para que nos conceda su Espíritu y podamos entender los tiempos que vivimos y encontrar las soluciones que Él quiere.

Fr. Salvatore Di Fazio, OP.

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