2o Domingo de Adviento – 4 de Diciembre

"Repent. For the kingdom of heaven has drawn near" Mattew 3:2
Primera lecturaIsaías 11:1-10

¡Promesas, promesas, promesas! La visión de Isaías del reino de la paz es una verdadera letanía de promesas. Cosas imposibles sucederán a los que son fieles, a los que creen. ¿Qué podemos hacer con estas gloriosas promesas cuando nuestros hermanos y hermanas están sumidos en un sufrimiento que desafía la imaginación de quienes vivimos con seguridad, de quienes tenemos mucho -más que suficiente- para comer y beber, de quienes dormimos en camas cálidas y blandas cada noche, reconfortados por la tranquilidad?

¿Podemos dejar de lado nuestros estereotipos de humanos y bestias que siempre han vivido como enemigos tradicionales? Imagina un lobo y un cordero, un leopardo y un cabrito, un ternero y un león joven, una vaca y un oso. Visualiza a estos enemigos tradicionales disfrutando -no sólo tolerando- sino disfrutando de la compañía del otro.

¿Puedes ver a un niño pequeño, un niño pequeño e inocente caminando entre estas bestias, acariciándolas, hablándoles, deleitándose con ellas sin ningún temor o aprensión?

Este reino pacífico prometido por el profeta Isaías es el Reino de la Justicia. “Si quieres la paz, trabaja por la justicia”. Esta fue la sencilla pero profunda declaración del Papa Pablo VI en su mensaje para la celebración del Día de la Paz en 1972. Es aún más válida hoy en día.

¿Por dónde empezamos a trabajar por la justicia? Empezamos dentro de nosotros mismos, cada uno de nosotros. ¿Podemos nombrar y reclamar las fieras que hay en nuestras almas: la envidia, la violencia, la ira, la venganza?  Por otra parte, eso no es todo lo que hay dentro de nosotros, como tampoco lo es que sólo las fieras dominen nuestra tierra. Tenemos dentro del núcleo más profundo de lo que somos, los gentiles: compasión, generosidad, amor, gratitud. Están todos juntos en cada ser humano. ¿Cómo se llevan entre sí? ¿Disfrutan realmente de la compañía de los demás? Eso depende de la presencia de ese niño inocente, el Cristo, al que invitamos a nuestro mundo interior para que camine entre las criaturas que se disputan nuestra atención.

Cada uno de nosotros es un microcosmos del planeta que habitamos. Cada uno de nosotros tiene el poder de crear o de destruir, de tender la mano o de invitar a entrar. Cada uno de nosotros está llamado a trabajar por una justicia que haga nacer la paz.

¿Podemos dedicar este tiempo de Adviento a la restauración del Reino interior y del Reino exterior? ¿Podemos reclamar nuestro lugar en la Familia de Dios?

Reflexión por Mary Ellen Green, OP
Hermanas Dominicas de Sinsinawa

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