Entrevista a Fr. Gerardo Cioffari, OP, Maestro en Sagrada Teología (Magister in Sacra Theologia)
Fray Gerardo Cioffari, OP, hijo de la Provincia de Santo Tomás de Aquino en Italia, quien recibió el grado de Maestro en Sagrada Teología (Magister in Sacra Theologia) de la Orden de Predicadores en 2024, considera que una propuesta innovadora de la Orden en teología no puede prescindir de partir de Marie-Joseph Lagrange, Marie-Dominique Chenu, Yves M. J. Congar, Edward Schillebeeckx y Gustavo Gutiérrez, “cada uno en un aspecto diferente pero ciertamente complementario”. Lo resalta en la siguiente entrevista concedida a los medios de Ordo Praedicatorum, en la que también aborda el tema del diálogo teológico y la contribución que puede aportar a la paz en el mundo.
Magister in Sacra Theologia[1]
¿Qué significa para usted haber recibido el grado de Maestro en Sagrada Teología del Maestro de la Orden?
El significado que he dado a mi reconocimiento como Maestro en Sagrada Teología por parte del Maestro de la Orden de Predicadores se sitúa en un doble registro, el registro humano y el registro teológico-intelectual. En el plano humano, debo decir que este título fue para mí una sorpresa desde el primer momento, es decir, desde que me fue comunicado como iniciativa suya por los hermanos que regresaban de Nápoles para el Consejo de Provincia, hasta que recibí por correo electrónico el documento firmado por el Maestro General. A decir verdad, la iniciativa de mis hermanos me alegró más que la obtención del título en sí, porque me demostró el afecto de la comunidad, a pesar de que había acabado bajo una observación de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigida entonces por el Cardenal Ratzinger. Es cierto que todos los hermanos de la Curia General que vinieron después de mí estaban muy cerca de mí, pero esta iniciativa me sorprendió gratamente. Desde un punto de vista teológico e intelectual, dicho reconocimiento me sugiere que la Orden está procediendo con fidelidad al Vaticano II, asimilando cada vez más los principios eclesiales inaugurados por el Papa Juan XXIII, reforzados por Pablo VI y llegando hasta el actual Papa Francisco. Este último ha hablado de una teología que hay que hacer de rodillas. Mi experiencia como historiador de la teología me confirma que este es el único camino, el camino de la conciencia de los límites de la teología, que todavía navega en el campo del misterio.
En su opinión, ¿cómo puede seguir desarrollándose el diálogo interreligioso y qué contribución puede aportar a la paz en el mundo, en Europa y, en particular, en Ucrania?
La confianza que hoy se concede al diálogo teológico es en gran parte infundada, porque se basa en la creencia errónea de que los demás utilizan los mismos parámetros conceptuales que los nuestros. En realidad, el progreso es falaz porque los acuerdos descansan en una terminología ambigua que agrada a todos. El resultado es que después de 40 años de diálogo todavía no existe ningún documento de la Iglesia ortodoxa que reconozca la validez del bautismo católico. Santo Tomás de Aquino era consciente de los límites del diálogo cuando afirmaba que el razonamiento teológico debe tener en cuenta los cambios de significado de las palabras (como “hipóstasis”, que en la antigüedad significaba “sustancia”, y después, “persona”) y sobre todo las diferentes categorías de pensamiento: symbolica theologia non est argumentativa (In I Sent. Dist 11, q. 1, a. 1; véase EDI Sent. Vol. 1, 624). El gran valor del diálogo teológico no reside en los avances teológicos casi inexistentes, sino en el hecho de que seguimos encontrándonos. Empezamos a dar a la caridad esa primacía sobre la fe de memoria paulina. Habría que dar un paso más entre el pueblo fiel para acostumbrarlo a la fraternidad cristiana, a pesar de las diferencias teológicas. Hoy, sin embargo, incluso a un genio como Santo Tomás le resultaría difícil proponer una teología comprensible, porque no sólo la comunicación entre los pueblos se ha vuelto mucho más compleja, sino que está gravemente contaminada por la adhesión de las Iglesias, católica, ortodoxa y protestante, a conceptos seculares, como ha demostrado la crisis ucraniana, en la que, en lugar de preocuparse por las vidas humanas, las Iglesias se han dejado enredar en la lógica de “quién tiene la culpa”, como si, si el otro es culpable, estuviéramos legitimados para apoyar la guerra que nuestros gobernantes consideran justa. Sin embargo, Jesús no vino a salvar Estados, sino hombres. El sacrosanto derecho de Israel a defenderse no es más sacrosanto que la vida de tantos inocentes. Es una cuestión de primacía de valores. Hoy es cada vez más difícil predicar el Evangelio, porque se han instalado en nuestras mentes y corazones valores que no son conciliables con el Evangelio. Por eso el Papa Francisco encuentra tanta resistencia entre los católicos, que se dejan envolver por conceptos seculares como la guerra “justa” (¿justa para quién?), o la legítima defensa (aunque provoque masacres). Son pocos los que, como el Papa Francisco, se han dado cuenta de que la palabra paz ha quedado vacía de significado, porque para todos significa la victoria del bando “justo” (es decir, del bando por el que uno está de parte). Con el Papa Francisco, la Orden debería centrarse más en el Evangelio, y menos en lo políticamente correcto de la llamada comunidad internacional. Para mí, lo que cuenta es el hombre redimido por Jesús, no la defensa de la patria (“negociación” es mucho mejor que “paz justa”, porque el concepto de lo justo está extremadamente condicionado por la política, y por tanto favorece las masacres de inocentes). Aunque la razón de la tradición rusa del este de Ucrania me parece obvia, como lo es el derecho de Israel a existir como Estado, no me gusta ponerme del lado de ninguno de los dos bandos en conflicto, porque no creo que una guerra “justa” justifique la matanza de tantos inocentes.
A la luz de la historia, y teniendo en cuenta la situación de la sociedad actual, en su opinión, ¿qué teólogos dominicos pueden ayudar a reflexionar sobre la teología actual?
Durante dos siglos (XVIII-XIX), salvo algunas excepciones (como Lacordaire), la Iglesia y la Orden evitaron el diálogo con el mundo, dejando que la Ilustración racionalista, por entonces vencedora, se tiñera de anticlericalismo. A principios del siglo XX, la Orden recobró impulso, a pesar de las mortíferas supresiones. Afortunadamente, en los tiempos difíciles del modernismo, ha sabido sacar de sus entrañas hombres de gran profundidad teológica, por lo que no tenemos que esforzarnos mucho para encontrar modelos a seguir para proponer teología al mundo de hoy. En lo que a mí respecta, me he inspirado en los siguientes modelos: Marie-Joseph Lagrange (+1938), Marie-Dominique Chenu (+1990), Yves M. J. Congar (+1995), Edward Schillebeeckx (+2009) y Gustavo Gutiérrez (+2024), cada uno en un aspecto diferente pero ciertamente complementario. En particular, leyendo a Lagrange, me sorprendió su valentía al señalar los errores contenidos en los textos del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento, que ya habían sido señalados por San Jerónimo en la antigüedad. A pesar de que también él acabó bajo la estratosfera de las acusaciones de modernismo, supo encontrar el justo equilibrio con la fidelidad a la Iglesia sin violar las leyes del método histórico, es decir, respetando las ciencias históricas y filológicas. Conocí a Chenu durante los pocos meses que pasé en el Centro Istina investigando sobre la teología rusa. Lo que más me sorprendió fue que, a pesar de su avanzada edad y de su fatiga al caminar, su entusiasmo por intentar una historia de la teología al servicio de la sociedad era absolutamente juvenil. Conocí a Congar en varias conferencias sobre ecumenismo, y me sentí en sintonía con su mundo teológico porque, aunque se inclina por la teología especulativa, casi siempre la apoya enmarcándola históricamente. El marco histórico es fundamental para comprender el sentido y el alcance de una verdad dogmática. Por no hablar de que sus estudios tocan a menudo temas muy queridos por los ortodoxos. Conocí a Schillebeeckx (a quien conocí de pasada cuando era joven) mientras tomaba cursos de teología en el Angelicum. Era la época en que se le investigaba en Roma sobre los términos que proponía como sustitución de la transubstanciación. A mí me pareció una propuesta sensata y más acorde con el diálogo con la filosofía que prevalece hoy. En el Angelicum se habló de ello de forma bastante crítica, lo que lamenté, porque siendo cofrade esperaba una reacción más comprensiva. En cuanto a Gutiérrez, recuerdo el fuerte impacto que me produjo la lectura de su libro sobre Bartolomé de Las Casas En busca de los pobres de Jesucristo. Una curiosidad: cuando un amigo me dijo que en la Curia General el expediente sobre mí en la Doctrina de la Fe estaba junto al de Gutiérrez, tuve una oleada de orgullo y satisfacción. Estos cinco pensadores dominicos han sido mi guía, y por ello creo que una propuesta innovadora de la Orden en teología no puede prescindir de partir de ellos. Desgraciadamente, nuestra Orden no tiene una fuerte tradición de espíritu de cuerpo, aparte de algunos casos como la fidelidad a Santo Tomás o la escuela de Salamanca.
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Fray Gerardo Cioffari, OP, Nació en Calitri (Italia) el 1 de diciembre de 1943. Fue ordenado sacerdote en 1970. Se licenció en Teología Ortodoxa en el St. Vladimir’s Theological Seminary de Nueva York, en 1973, y en Ciencias Eclesiásticas Orientales en el Pontificio Instituto Oriental de Roma, en 1977. Como miembro de la Orden de Predicadores, a la que la Santa Sede ha confiado la Basílica de San Nicolás en Bari, dirige el Centro Studi Nicolaiani y es el encargado del rico Archivo de la Basílica, así como de la Biblioteca. Profesor de Historia de la Teología Rusa y de Historia de la Teología Oriental y Occidental en el Instituto Ecuménico de Bari (Facultad Teológica de Pugliese), es autor de numerosos estudios sobre el pensamiento filosófico y teológico ruso. Ha dictado conferencias en San Petersburgo, Moscú y Kiev y ha participado en numerosos congresos católico-ortodoxos. Hacia finales de los años setenta inició una investigación histórica sobre San Nicolás y su traslado a Bari, y en 1990 fundó la revista “Nicolaus”, de la que (en la versión histórico-teológica) sigue siendo el director. Además de sus estudios ecuménicos, ha publicado investigaciones sobre la historia de la Orden como “Storia dei Domenicani nell’Italia meridionale” (Historia de los Dominicos en el sur de Italia), “Domenicani nella Storia” (Dominicos en la Historia) y “S. Domenico. Fondatore dei Frati Predicatori” (Santo Domingo. Fundador de los Frailes Predicadores).
[1] Se trata de un título honorífico concedido por el Maestro de la Orden, siguiendo la recomendación del Consejo general conforme a algunos requisitos exigidos para la concesión del mencionado título. El título data de 1303, cuando el Papa de entonces Benedicto XI, dominico, creó este grado para que la Orden de Predicadores pudiera conceder la facultad de enseñar teología. Actualmente es un título honorífico y exclusivamente académico, pero es el reconocimiento más alto de excelencia en las Ciencias sagradas dentro de la Orden de Predicadores.