El amor del Cardenal Pironio a Santo Domingo y a la Orden

El recuerdo de Fray Carlos Azpiroz, OP (Parte I)

No lloren. Yo les seré más útil después de mi muerte
y los ayudaré más eficazmente que durante mi vida

Santo Domingo de Caleruega a sus frailes poco antes de morir.

En los últimos días de su enfermedad terminal, Eduardo Pironio hizo suyas estas preciosas palabras de “Nuestro Padre”, como solía él mismo llamar a Santo Domingo.

El 5 de febrero de 1998, a la edad de 77 años, vivió su Pascua definitiva. Nació el 3 de diciembre de 1920 en Nueve de Julio, hoy sede de la diócesis de “Santo Domingo en Nueve de Julio” (Provincia de Buenos Aires), en Argentina; la actual Iglesia Catedral era la entonces Parroquia de Santo Domingo. Eduardo era el último de 22 hermanos, todos hijos de un sencillo matrimonio de inmigrantes italianos del Friuli.

Amaba con particular predilección a Santo Domingo y a la Orden. A lo largo de su intenso ministerio pastoral como sacerdote y Obispo, trabajó con varios frailes y religiosas de la familia dominicana. Somos muchos los que nos hemos enriquecido atesorando y cultivando el don de su delicada y exquisita amistad.

Son muchos, de los frailes argentinos, que recuerdan todavía sus encuentros con quien era seminarista diocesano, en aquel tiempo, en los veranos de “Molinari” (Córdoba), cuando Eduardo Pironio comenzaba a conocer a algunos frailes dominicos.

En 1948, Eduardo hizo profesión en el Convento San Pedro Telmo de Buenos Aires como miembro de la rama sacerdotal de nuestra Tercera Orden, tornando el nombre de “Alberto” (por San Alberto Magno). Pocos años más tarde, el joven sacerdote completó sus estudios teológicos en el “Angelicum” de Roma (1953-1954). Allí fue condiscípulo de Fray Domingo Basso, OP, y Fray Domingo Renaudière, OP, entre otros. Ellos suelen comentar con humor y alegría cómo lo ayudaban a superar sus temores y reservas frente a los exámenes.

El 3 de noviembre de 1973, como Obispo de Mar del Plata, consagró la capilla de San Martín de Porres, en un marco festivo particular, cuando Fray Norberto Sorrentino, OP, concluyó la obra soñada por Fray Domingo Orfeo, OP, en el solar del “Parque Las Margaritas”.

En setiembre de 1975, recibió la visita de Fray Vicente Argumedo, OP, que en nombre de la Provincia Argentina pedía su autorización como obispo diocesano para la erección canónica del Convento San Martín de Porres, que sería también casa de noviciado. El Pastor acababa de recibir la convocatoria de SS Pablo VI para ejercer el cargo de Pro-Prefecto de la entonces Sagrada Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares. Esta noticia aún no había sido hecha pública y Monseñor Pironio le confió a Fray Vicente que había pedido siempre la gracia de tener a los dominicos en su diócesis, y concluía: “¡La Providencia divina me lo ha concedido finalmente en este momento de cruz-pascual!”. Esa autorización le produjo una enorme alegría y fue uno de sus últimos actos como Obispo marplatense.

Cuando partió para Roma dejando ya definitivamente su diócesis, quiso hacer una última parada – todo un símbolo – en la capilla conventual de San Martín de Porres, donde entró para orar, acompañado de nuestros hermanos y hermanas Dominicas de Santa Catalina de Siena (las “hermanas de enfrente” que lo han querido como un verdadero padre y hermano). Dejaba su querida Mar del Plata para servir a la Iglesia en otro ministerio pastoral, colaborando más de cerca con Pablo VI, a quien tanto amó.

Durante sus años como Prefecto de la Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares, contó con la colaboración de varios dominicos y dominicas, entre ellos, su querida amiga, la Hna. Alicia Ovejero, OP (Dominica de la Anunciata), quien lo introdujo en la alegre intimidad de su convento de Monte Mario, en Roma, donde también encontró el resuello y clima fraterno de una comunidad dominicana.


Fray Carlos A. Azpiroz Costa, OP

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