«No tengan miedo» por fr. Fernando Delgado, OP

Homilía del 2 de agosto 2022 de Fr. Fernando Delgado, OP

El Señor le pide al profeta Jeremías que escriba todas las palabras que le ha dicho. Las palabras que escribió el profeta de parte de Dios no son palabras agradables: fracturas, infección, llagas, escarmientos, falta de amor, crímenes. Todas esas palabras denuncian una situación de pecado. Frente a la situación de su pueblo, Dios muestra compasión y anuncia la reconstrucción, el cambio y el tiempo de la fiesta cuando el pueblo sea pueblo de Dios.

Durante esta semana el Capítulo se encuentra escribiendo palabras para dirigirse a sus hermanos y hermanas que desde la distancia esperan en las diferentes orillas: situaciones de pobreza, de enfermedad, de guerra, de persecución, de ideologías. . . Tenemos la responsabilidad de decir unas palabras en nombre de la Orden, y queremos que estas palabras vengan de la sabiduría de Dios.

El evangelio de Mateo (14,22-36) nos invita a mirar el comportamiento de Jesús: él envía a los discípulos a la otra orilla, despide a la gente y luego se dedica a la oración y al amanecer camina sobre el mar embravecido. El intrépido Pedro, para asegurarse de que Jesús no es un fantasma pide que Jesús lo mande ir hacia él. El Señor, se lo concede, pero “al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: ¡Señor sálvame! Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?”

Aquella barca con los discípulos durante la noche yendo a la otra orilla y sacudida por las olas, se ha tomado como imagen de la iglesia en el mundo con diferentes amenazas, peligros, miedos, dudas incluso delante de la presencia de Dios. También nosotros vemos la sociedad como un mar embravecido que sacude la barca de la Iglesia y de la Orden. Jesús nos invita a caminar sobre las dificultades de la vida, los problemas que golpean con fuerza el sentido de nuestra misión como predicadores. Pero sin fe, nos hundiremos. Nos ahogaremos.

Hemos llegado a esta orilla del mundo en Tultenango para escuchar la voz de Dios posiblemente de un modo distinto a como lo escuchamos en las orillas donde estamos familiarizados con los

vientos de cada día y sabemos cómo caminar sobre aguas que conocemos. Al estar reunidos nos damos cuentas que, al juntar todas las aguas, las olas se hacen grandes por el viento de las ideas, posturas y definiciones que intentamos acerca de lo que somos y hacemos.

El Señor se hace cargo de las personas en cualquier orilla donde se encuentren. Hoy también estamos invitados a mirar la orilla de nuestros orígenes al celebrar la memoria de la beata Juana de Aza, madre de Santo Domingo.

Según la tradición tuvo una visión antes de darle a luz a Domingo que llevaba en su seno un cachorro con un haz de llamas en su boca, con el cual, al salir de sus entrañas, encendía todo el mundo. Toda madre tiene expectativas respecto del hijo que espera. Se lo imagina siendo alguien importante. Su súplica, ya siendo mayor Domingo era: “¡Señor que no se apague el hacha encendida!”. Es bueno que nos preguntemos qué visión tenemos nosotros como capitulares de la universalidad de Orden. ¿Queremos que siga prendiendo fuego al mundo con la Palabra de Dios?

También la tradición le atribuye a ella (o quizás a su madrina) que contempló el fulgor de una estrella sobre la frente de Domingo. La iconografía dominicana así nos lo suele representar. Una estrella que orienta hacia la Verdad que es Cristo.

La beata Juana se caracterizó por ser una mujer de gran caridad y compasión hacia los pobres de la villa de Caleruega. Mujer de gran fe que acudía asiduamente al monasterio benedictino de Santo Domingo de Silos, probablemente por esa razón, le puso el nombre de Domingo a su tercer hijo (siendo los primeros Antonio y Manés).

Que por la gracia de Dios no tengamos miedo de contar nuestra historia, de darle sentido a nuestros sueños y dar un mensaje de esperanza a la Orden y a la iglesia.

Fr. Fernando Delgado, OP

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