
La fecundidad de la conversación en el Espíritu para la misión apostólica
Testimonio de Fray Carlos Alfonso Azpiroz Costa, OP, Arzobispo de Bahía Blanca (Segunda parte – enlace a la parte I)
Fray Carlos Alfonso Azpiroz Costa, OP, Arzobispo de Bahía Blanca, Argentina, quien participó en los trabajos de las dos sesiones de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”, nos presenta algunas perlas para la vida dominicana y sinodal en un amplio artículo que publicamos en dos partes. Sin embargo, puede leer o descargar el artículo completo aquí.
Segunda parte – enlace a la parte I
¿Cómo se debe custodiar el vínculo de la unidad en una Iglesia sinodal y en camino? Permítanme, una vez más, citar a San Pablo VI, en su primera encíclica Ecclesiam suam (n. 38). Fue de alguna manera el “programa” de su pontificado, como lo fuera la Redemptor hominis de San Juan Pablo II (1979) o la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium del Papa Francisco (2013), para cada uno de los dos respectivamente.
El diálogo es, por lo tanto, un modo de ejercitar la misión apostólica; es un arte de comunicación espiritual. Sus caracteres son los siguientes:
1) Ante todo, la claridad: el diálogo supone y exige la inteligibilidad, es un intercambio de pensamiento, es una invitación al ejercicio de las facultades superiores del hombre; bastaría este solo título para clasificarlo entre los mejores fenómenos de la actividad y cultura humana, y basta esta exigencia inicial para estimular nuestra diligencia apostólica a que se revisen todas las formas de nuestro lenguaje, para ver si es comprensible, si es popular, si es selecto.
2) Otro carácter es, además, la afabilidad, la que Cristo nos exhortó a aprender de sí mismo: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón (Mt 11, 29); el diálogo no es orgulloso, no es hiriente, no es ofensivo. Su autoridad es intrínseca por la verdad que expone, por la caridad que difunde, por el ejemplo que propone; no es un mandato ni una imposición. Es pacífico, evita los modos violentos, es paciente, es generoso.
3) La confianza, tanto en el valor de la propia palabra como en la disposición para acogerla por parte del interlocutor; promueve la familiaridad y la amistad; entrelaza los espíritus en una mutua adhesión a un Bien, que excluye todo fin egoistico.
4) Finalmente, la prudencia pedagógica, que tiene muy en cuenta las condiciones psicológicas y morales del que oye (cf. Mt 7, 6): si es un niño, si es una persona ruda, si no está preparada, si es desconfiada, hostil, y se esfuerza por conocer su sensibilidad y por adaptarse razonablemente y modificar las formas de la propia presentación para no serle molesto e incomprensible.
Cuando el diálogo se conduce así, se realiza la unión de la verdad con la caridad, de la inteligencia con el amor.
La conversación en el Espíritu, a lo largo de todo el proceso o camino sinodal, ha sido el método propuesto para conducir con mayor fecundidad dicho “diálogo”. Considero que solamente el diálogo, con estas mismas características, es el modo más apto para custodiar el vínculo de la unidad en una Iglesia sinodal y en camino. Dios mismo, a través del “diálogo” de la creación y de la salvación, se ha revelado. Hoy pide a su Pueblo que siga por ese camino. De lo contrario, surgiría la rebelión.
En el mismo año de la publicación de la Gaudete in Domino, el Papa San Pablo VI regaló a la Iglesia la Evangelii nuntiandi, algo así como la “Carta o guía del Evangelizador” (publicada el 8 de diciembre de 1975, en el 10º aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II). Mirando la realidad como lo hace la Orden, es decir, desde la alegría o el gozo en el Señor, la evangelización es la expresión más clara y alegre del compartir esa mirada. ¿Cómo lo hacemos? Leamos el n.76:
Consideramos ahora la persona misma de los evangelizadores. Se ha repetido frecuentemente en nuestros días que este siglo siente sed de autenticidad. Sobre todo, con relación a los jóvenes, se afirma que éstos sufren horrores ante lo ficticio, ante la falsedad, y que además son decididamente partidarios de la verdad y la transparencia.
A estos «signos de los tiempos» debería corresponder en nosotros una actitud vigilante. Tácitamente o a grandes gritos, pero siempre con fuerza, se nos pregunta: ¿Creéis verdaderamente en lo que anunciáis? ¿Vivís lo que creéis? ¿Predicáis verdaderamente lo que vivís? Hoy más que nunca el testimonio de vida se ha convertido en una condición esencial con vistas a una eficacia real de la predicación. Sin andar con rodeos, podemos decir que en cierta medida nos hacemos responsables del Evangelio que proclamamos.
Ese texto, que parafrasea el texto ritual de la entrega del Evangeliario en la ordenación diaconal, lo repite fray Damian Byrne, OP (Maestro de la Orden, 1983 – 1992), en su carta a la Orden sobre el ministerio de la predicación. Como el Papa Montini lo pregunta a todos los evangelizadores, fray Damian interroga a los miembros de la Familia Dominicana sobre su aporte principal a la Iglesia (razón por y para la cual Santo Domingo se embarcó en su tarea fundacional). La contemplación y el ofrecer a los demás el fruto de nuestra contemplación nos define de alguna manera y caracteriza nuestra vida y misión. Nuestro particular modo de gobierno acentúa, al mismo tiempo y sin dialécticas absurdas, la dignidad de la persona, sus dotes, dones y carismas y, sin menoscabar esto, un fuerte acento comunitario. ¿Por qué? Porque, como leemos en el Libro de las Constituciones y ordenaciones de los frailes, y también en las Constituciones de las monjas de la Orden, “el bien que es aceptado por todos, es promovido con rapidez y facilidad” (según las palabras del Beato Humberto de Romans, en la Opera de vita regulari; Ed Berthier I, 72).
El diálogo con Dios y el diálogo entre hermanos caracterizan y expresan ese modo de relacionarnos, vincularnos. ¡En dichas expresiones podríamos abrazar todo el contenido del Documento final de la Asamblea sinodal! Ese es el tema clave detrás del cual se han desplegado, tratado y discernido muchos otros: la conversión de las relaciones, de los procesos, de los vínculos…
¿Acaso no es lo que hemos aprendido de la alegría de Santo Domingo y de la confianza –alegría compartida- que él tuvo en sus hermanos para vivir con ellos y enviarlos a predicar el Evangelio?
Esto claramente lo aprendemos en el camino (caminando juntos) en la itinerancia que nos caracteriza.
Fray Pablo de Venecia, uno de los testigos en el proceso de canonización de Santo Domingo (Proceso de Bolonia, Testigo VIII), cuenta que “el maestro Domingo” le decía a él y a otros que estaban con él: “Caminad, pensemos en nuestro Salvador”. También atestigua que “dondequiera que se encontraba Domingo hablaba siempre de Dios o con Dios”; confiesa que “nunca lo vio airado, agitado o turbado, ni por la fatiga del camino, ni por otra causa sino siempre alegre en las tribulaciones y paciente en las adversidades”.
Lo vivido en el Sínodo me ha permitido inspirar y espirar el modo de ser de la Orden in medio Ecclesiae. Inspirar y espirar constituyen los dos momentos de la respiración. Análogamente, podría decir también: es necesario nutrirse de la Iglesia y, al mismo tiempo, en la Iglesia, y brindar a Ella esa respiración de Santo Domingo, ¡fundamento y sentido de todo lo dominicano!
En la última sesión, larga y tediosa si se quiere, votando uno a uno todos los párrafos (números) del Documento final, con la mayoría calificada exigida para que cada párrafo pudiese “pasar” (273 de los votos), habiendo concluido esta importantísima formalidad, el Papa Francisco anunció que asumiría como propio todo lo expresado y aprobado. Es decir: no escribiría una “Exhortación Apostólica post sinodal” de su propia autoría (cf. Documento final, 17ª Congregación general, saludo final del Papa, sábado 26 de octubre, 2024).
El aplauso sostenido, diría unánime sin temor, expresaba no solamente la honda satisfacción del deber terminado, concluido…, sino también, ante la mirada del mundo, en guerra y creando divisiones, grietas y absurdos enfrentamientos, que el Papa era el primero que se tomaba muy en serio (seriedad procede de “serio” y no de “serie”) lo que se trabajó durante cuatro años de trabajo a nivel local (diocesano), nacional, continental y universal. No olvidaré nunca más ese momento. Nos íbamos con la satisfacción del deber cumplido, sí, pero con la inmensa alegría de haber sido tomados muy en serio en lo discernido y aprobado, hecho propio por el Sucesor de Pedro. Quizás allí comprendimos el significado más profundo, sinodal, de todos, algunos, uno.
Ahora, hemos de implementarlo en la conversión de nuestras iglesias particulares, implicando a todo el Santo Pueblo fiel de Dios.
El Sínodo me ha permitido comprender más profundamente la conversión a la que hemos sido invitados. Deseo sintetizarlo de modo claro y sencillo. En castellano parece un mero juego de palabras. ¡Pero no se trata de un juego, sino de una exhortación a vivir seriamente la “eclesialidad”! ¡Tal como Santo Domingo, Santa Catalina y todos los santos y santas de la Orden lo vivieron y predicaron! De lo contrario, seremos nada más que tristes francotiradores. Por ello, mi exhortación final a cada lector o lectora del presente testimonio será:
«NO SE APARTE, SEA PARTE»
Fraternalmente en Cristo, María y Santo Domingo, ¡caminemos juntos, peregrinos de la Esperanza! Bahía Blanca, 11 de febrero del Año Santo 2025
+ Fray Carlos Alfonso AZPIROZ COSTA, OP,
Arzobispo de Bahía Blanca
Fray Carlos Azpiroz Costa, OP (Buenos Aires, 1956), hijo de la hoy Provincia de San Agustín en Argentina y Chile, estudió el doctorado en Derecho Canónico en el Angelicum. Fue Maestro de la Orden entre 2001 y 2010 y es actualmente Arzobispo de Bahía Blanca, Argentina.