Santo Domingo, entre el centro y la periferia

El historiador dominico Fray Simon Tugwell, en el primero de su serie de artículos sobre Domingo de Caleruega, publicado en 1995 en la revista Archivum Fratrum Praedicatorum, tituló un capítulo “Domingo y sus Papas”. Allí argumentó sobre la relación personal que Domingo tuvo con los dos primeros Papas del siglo XIII, Inocencio III (1198-1216) y Honorio III (1216-1227): fue gracias a la apertura de ambos a su proyecto que la Orden de Predicadores nació y se extendió rápidamente en las diferentes regiones de la Europa cristiana.

A estos dos papas hay que añadir un tercero: Gregorio IX (1227-1241) que, siendo aún cardenal Ugolino, obispo de Ostia, estuvo unido a Domingo por una profunda amistad, hasta el punto de presidir sus funerales en Bolonia en 1221. Fue Gregorio IX quien canonizó al fundador de la Orden de Predicadores en 1234. Una fuente del siglo XIII, conocida como Carta del beato Jordán de Sajonia sobre la traslación del cuerpo de santo Domingo, informa que el Papa Gregorio, incluso antes de la propia traslación, que tuvo lugar en 1233, expresó su convicción sobre la santidad de Domingo.

A las filas de los pastores de la Iglesia universal que pueden ser llamados “papas de Domingo” ciertamente pertenece el Papa Francisco. En su discurso a los participantes en el Capítulo General de la Orden de Predicadores el 4 de agosto de 2016, en el año de las celebraciones del octavo centenario de la fundación de la Orden, el Papa elogió a Domingo por su obra, remarcando que “Su ejemplo es impulso para afrontar el futuro con esperanza, sabiendo que Dios siempre renueva todo”. Hoy, en su carta Praedicator Gratiae, escrita con motivo del octavo centenario del dies natalis de santo Domingo, el Pontífice vuelve a destacar los diversos aspectos de la personalidad del Santo y sus múltiples aportaciones a la Iglesia de la época. Algunos de estos aspectos también podrían resumirse en la extraordinaria capacidad de Domingo para moverse entre el centro y la periferia, o mejor aún, entre los centros y las periferias.

Domingo demostró un gran valor al ir más allá de la tradición monástico-canónica en la que se había formado, sin abandonarla completamente, para realizar su vocación de predicador itinerante del Evangelio ante las necesidades actuales de su tiempo. Las fuentes explican su compromiso amoroso con la gente de las periferias sociales y eclesiásticas por su anclaje en el amor a Cristo, centro de su vida de predicador. Como atestiguó un fraile durante el proceso de canonización, el interés de Domingo se centraba no sólo en la salvación de los cristianos, sino también en la de los no creyentes: no quería permanecer aislado de estos últimos para mantener intacta su fe, sino que deseaba ardientemente encontrarse con ellos, con humildad y respeto, para comunicarles su fe en Jesucristo. Y es precisamente esta intención la que está en la base de la Orden que fundó. Sin embargo, para que sus hermanos tuvieran éxito en esta empresa, también se preocupó/ocupó de su formación, enviándolos a París, el centro intelectual de Europa en aquella época. El Papa Francisco ha destacado la importancia de esta opción de Predicadores bien preparados para la misión evangelizadora de la Iglesia.

Un aspecto importante y conocido de la personalidad de Domingo es que buscó la cercanía con los papas, eje de la Iglesia universal: y esto, ciertamente, no para buscar ventajas personales, ni para beneficiarse del apoyo del “poder” central, sino para obtener el respaldo de su proyecto de predicación destinado a la salvación de las almas, el objetivo último de la predicación. Los historiadores han enfatizado repetidamente el enfoque de Domingo sobre esta finalidad que será el elemento fundamental de la legislación dominicana. Este aspecto ha sido llamado por el historiador alemán Gert Melville “racionalidad del sistema” (Systemrationalität) y presentado como la razón del éxito de la Orden de Domingo en el medioevo.

Refiriéndose a la forma comunitaria de gobierno de la Orden de Predicadores elegida por el fundador, el Pontífice señala otra característica personal de Domingo: el hecho de que su papel de ser el centro o el principio de unidad de la Orden no era para él una razón de éxito personal, sino una razón de servicio a la Iglesia. La nostalgia de la periferia, de la vida de simple predicador, no le abandonó hasta el final de su vida terrenal. En conclusión, creo que puedo decir, sin temor a equivocarme, que la extraordinaria capacidad de Domingo para ser un hombre de equilibrio entre el centro(s) y la periferia(s) es la razón por la que siempre merece nuestra atención.

Fray Viliam Štefan Dóci O.P.
Presidente del Instituto Histórico de la Orden de Predicadores

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