Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la buena noticia (Isaías 52:7).
Santo Domingo debió tener unos pies hermosos porque permitió que esos pies lo convirtieran en un apóstol de las periferias proclamando la Veritas, refutando el error y llevando sus bendiciones a todos. Esos pies eran seguramente pies santos: puros como el lirio virginal; ardientes e inquietos como una antorcha en la boca de un perro, y brillantes como una estrella, habiendo instruido al pueblo de Dios en la bondad.
Eran pies valientes que literalmente huían de la riqueza y la comodidad para llegar a las profundidades de la pobreza evangélica sometiéndolo todo a los pies del Señor. Esos pies, probablemente desgastados y deformados por los viajes misioneros aparentemente interminables, eran ciertamente inspiradores para contemplar y edificantes para reflexionar. Eran los pies de un Hermano misionero que perturban nuestros fríos corazones y avergüenzan nuestros pies arrastrados hasta ahora. Cuando esos pies no caminaban para Dios, sólo se detenían para predicar y orar y estudiar a los pies del Señor. Cuando no caminaban para la misión, esas piernas se doblaban ante los pies del Señor.
Cuando los pies tuvieron que dejar de caminar, sólo se detuvieron para permanecer en pie predicando y bendiciendo. Los valientes pies que no conocían el descanso eran los mismos hermosos pies que el Señor lavaba mientras Domingo oraba y estudiaba. Sí, creo que Santo Domingo se dejaba lavar los pies por el Señor en sus momentos de soledad con Él. Esos momentos de lavado místico íntimo de los pies por el Señor en la oración hicieron que los pies de Santo Domingo fueran hermosos hasta la muerte y más allá de su dies natalis. Porque la oración no es sólo ofrecer a Dios nuestro reconocimiento; la oración es también permitir que Dios nos moldee como la arcilla en la mano del alfarero (Jer18,6); es permitir que Dios lave con sus aguas de misericordia nuestra vida y ministerio manchados por el pecado original.
Cuando esos pies ya no podían caminar y su dies natalis había despuntado, dio instrucciones sencillas y claras: “¡Enterradme bajo los pies de mis hermanos!”. Este hombre santo, que había usado sólo y siempre sus pies para anunciar la buena noticia, ¡quiso ser enterrado bajo los pies de sus hermanos! Era como si dijera sin más: “Cuando mis pies mueran con mi cuerpo y ya no puedan caminar para llevar la buena nueva, será el momento a partir del cual toque a los hermanos usar sus pies para alabar y bendecir y predicar. Olvidadme, pero no olvidéis la misión“.
Santo Domingo parecía totalmente liberado del deseo de ser honrado y ensalzado, alabado y recordado. Estaba dispuesto a ser pisado y a ser olvidado bajo los pies de sus hermanos en obediencia al ejemplo del Señor que “se despojó de sí mismo, tomando la condición de esclavo” (Fil.2:7). Pisa sobre mí; déjame ser el suelo que te lleve al altar. Pisa sobre mí; “Él tiene que crecer y yo tengo que menguar” (Juan 3:30).
A los pies del Señor, Domingo lo depositó todo. A través de los pies de Domingo, el Señor llegó a los confines de la tierra.
+ Socrates B. Villegas, O.P. (Fraternidad Sacerdotal de Santo Domingo)
Arzobispo de Lingayen-Dagupan
El Reverendo Sócrates Villegas, actual Arzobispo de Lingayen-Dagupan en Filipinas, es miembro de la Familia Dominicana, habiendo sido admitido en las Fraternidades Sacerdotales de Santo Domingo el 12 de junio de 2015, y haciendo posteriormente la profesión en las fraternidades el 27 de junio del año siguiente. Fue presidente de la Conferencia Episcopal de Filipinas de 2013 a 2017. Nacido el 28 de septiembre de 1960, fue ordenado sacerdote el 5 de octubre de 1985 y obispo el 31 de agosto de 2001.
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