El VIII centenario de la pascua de santo Domingo ha multiplicado nuestro gozo con el mensaje que el Papa Francisco ha dirigido al Maestro de la Orden. Quisiera expresar mi gratitud usando las palabras del O Lumen, la antífona que la Familia dominicana canta celebrando al Santo de Caleruega.
Luz de la Iglesia: Domingo ha querido vivir y morir in medio Ecclesiae. Su mirada, corazón y predicación manifestaron ese tono luminoso fomentando la comunión misionera, uniendo carisma y jerarquía en el deseo de llegar a todos a través de una vida verdaderamente apostólica.
Doctor de la Verdad: La carta nos invita -como lo hacía Nuestro Padre- a amar la Verdad como se ama una persona. La Buena Noticia de Jesucristo aleja de toda tentación del «tener» la verdad y nos ayuda a comprender la altura, anchura, longitud y profundidad de la misericordia veritatis (misericordia de la verdad) que nos abraza.
Ejemplo de paciencia: La vida de la Orden impulsa a alabar, bendecir y predicar la obra de Dios en la creación y la historia de la salvación. El misterio de la Encarnación lleva a generar procesos a través de la atracción -propia de la amistad- y no desde el proselitismo o los imperativos propios del «poder». Esto genera una comunión profunda, dinámica, abierta, misionera y anima a la participación, el diálogo, la escucha: ¡somos Fratelli tutti!
Ideal de castidad: Ojos, corazones y boca apasionados por la Palabra, alimentan el deseo de ser discípulos misioneros en un camino compartido, sinodal. Al contrario, constatamos a veces la tentación mundana de querer «poseer» a las personas, controlarlas, manipularlas, pisoteando su conciencia bajo la mera apariencia de una pretendida pureza.
Nos diste a beber el agua de la Sabiduría: La Sabiduría invita siempre a “distinguir para unir”. Así deseamos que el estudio y la predicación sean útiles a todos los hermanos. Que aún en las crisis promuevan la unidad que prevalece sobre el conflicto; se abran a la realidad, más importante que la idea; consideren que el todo es superior a la parte. Esta es una herencia que Domingo ha legado a sus hijos e hijas (¡Alberto, Tomás, Catalina, Rosa y tantos otros!).
Predicador de la gracia: La santidad -don de Dios- se revela en la amistad con Él y entre nosotros. Buscamos vivirla conscientes de sus dos sutiles enemigos: el gnosticismo y el pelagianismo (autorreferenciales y narcisistas) que pueden instalarnos en una existencia mediocre, aguada, licuada.
Únenos a los santos: Es lo que pedimos, pues el fin último del ser humano es la beatitud: fruto de una elección de parte de Dios que nos ha predestinado a ser santos e irreprochables ante Él por el amor.
Gracias, «Dulce Cristo en la tierra» -como solía llamar Santa Catalina de Siena al Sucesor de Pedro- por recordarnos esta vocación eclesial.
Bahía Blanca, 24 de mayo, 2021
Memoria de la Traslación de Santo Domingo
Fray Carlos A. Azpiroz Costa, OP
Maestro de la Orden, 2001-2010
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