“El testimonio de la fraternidad evangélica (…) sigue siendo un elemento fundamental del carisma dominicano”. Esto es lo que podemos leer en la hermosa carta del Papa Francisco a la Orden.
Como monjas dominicas, vivimos, al igual que las demás ramas de la Orden, según la Regla de San Agustín: “ Ante todo, que habitéis unánimes en la casa y tengáis una sola alma y un solo corazón en camino hacia Dios “.
La fraternidad está al centro de nuestra forma de vida. Esto es lo que nos recuerda el tema de este año jubilar, “A la mesa con santo Domingo“: no hay mejor icono de la fraternidad dominicana.
En un mundo fragmentado en el que tantos hombres y mujeres sufren la soledad o el fracaso de las relaciones, esta exigencia de fraternidad vivida en las cosas más pequeñas de cada día es un mensaje importante. La fraternidad es también nuestra primera forma de predicación, un testimonio del amor misericordioso de Dios.
“La gran vocación de Domingo fue predicar el Evangelio del amor misericordioso de Dios”, dice igualmente Francisco.
Este amor de misericordia que nos hace vivir juntos es lo que pedimos para toda la humanidad, implorando al Señor siguiendo las huellas de Domingo y Catalina de Siena. Vivir la misericordia en donde estamos, creyendo firmemente que, de manera invisible, la misericordia se extiende y da frutos de vida más allá de nuestras comunidades…
En la sociedad actual, con toda su agitación y rápidos cambios, nuestras comunidades pueden ser lugares en donde conviene ser recibidos para reflexionar, tomar distancia respecto al cotidiano, encontrar la paz del corazón…
Acoger en el corazón y en nuestra casa, ¿no es nuestra manera de vivir concretamente la misericordia que se pide y se recibe en cada etapa de nuestra vida en la Orden?
Y como nos recuerda el Papa Francisco, este camino es el camino de la santidad: “Domingo respondió a la necesidad urgente de su tiempo no sólo de una predicación renovada y vibrante del Evangelio, sino también, e igualmente importante, de un testimonio convincente de su llamado a la santidad en la comunión viva de la Iglesia”.
Monjas de la Orden de Predicadores, estamos comprometidas en este camino de santidad a través de la oración y de la fraternidad. Aunque a veces el camino sea duro, podemos confiar en la promesa que Santo Domingo dejó a sus hermanos en el momento de su muerte: “No lloréis, os seré más útil desde el cielo”.
En esta confianza podemos avanzar con la alegría, como el Beato Reginaldo que confió: “¡no tengo mérito alguno viviendo en esta Orden pues me encuentro en ella extraordinariamente a gusto!»
Sor Lioba HILL, O.P.
Monasterio de Santa María de Prulla
Francia
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